“Si te dejas encadenar por el algoritmo, estás jodido”
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“Si te dejas encadenar por el algoritmo, estás jodido”

JC Peña — 05-04-2023
Fotografía — Archivo

“Marinero Sentimiento” (Lunar Discos, 23) es la carta de presentación en solitario de David Ripoll, compositor al que llevamos años siguiendo la pista en bandas como Hazte Lapón, El Pardo y Alborotador Gomasio.

Su último proyecto grupal, Viaje a Sidney, se topó con la pandemia y otras circunstancias, de modo que David (conocido en la escena como “Koldo”) decidió montar en solitario unas canciones que han dado de sí para hacer este EP digital (que podría tener también versión en casete) y un álbum cuya salida, nos dice, está prevista para el otoño. Para llevar todo a buen puerto Ripoll ha contado en la producción con su amigo Miguel López Breñas (Cómo vivir en el campo, Tigres Leones), que ha conciliado su alma indie de pop guitarrero con posos que evocan a Los Rodríguez o Rafael Berrio. El 22 de abril lo presenta en Fotomatón con banda.

¿Cuál es el origen de estas canciones?
Cuando se acabó Alborotador llevábamos diez años juntos. Aparte de ser muy, muy amigos, diez años de relación en un grupo dan para mucho. Y me quedé un poco tocado. Tuve un grupo intermedio, Viaje a Sidney, con el que saqué un disco. Y ahí empecé a perfilar algunas cosas que se han ido concretando más en Ripoll. En Viaje a Sidney ya sacaba más otra vena que me ha salido de escuchar a cantautores como Rafael Berrio o Alberto Montero, que me gustan mucho. Cosas que antes escuchaba muy poco. Calamaro y Los Rodríguez habían estado ahí siempre, pero con Alborotador la tendencia era siempre ir a la parte de indie americano, aunque teníamos esa otra faceta de pop español de los ochenta. Aquí la parte de arreglos sesenteros y de cantautores, que ya venía trabajando en Viaje a Sidney, se acentúa.

“Las canciones tienen otro poso y acabado: los años pasan”

¿Y por qué en solitario?
Después de pasar por varios grupos, montar otro era volver a consensuarlo todo [risas]. No, al final yo siempre entro en la dinámica de grupo, me gusta. La gente que toca conmigo no hace lo que a mí me sale de las narices. Sería un coñazo.

Y la idea de conciliar ambos mundos –el indie y el pop quizá más comercial– en un proyecto en solitario, ¿te ha salido de forma intuitiva?
Las cuatro primeras canciones que he sacado las trabajé pensando un poco en esto que comentas. Pero había otras con un rollo más guitarrero, que se corresponde con la manera con que he venido componiendo siempre. Saldrán en el disco en otoño. Pero muchas las hice en la pandemia, con una guitarra española. Y esta faceta fue saliendo de manera natural: me metí mucho en el rollo de Rafael Berrio, Calamaro y Los Rodríguez –que no había escuchado mucho por prejuicios–, o alguna influencia anglosajona con cuerdas como The Last Shadow Puppets.

Así que fue algo natural.
Sí, con la guitarra española salió natural. Pero no creo que me haya quedado un disco de cantautor, ni mucho menos. Eso me queda muy lejos, y también la figura de Rafael Berrio es como muy grande. Pero es verdad que he escuchado mucho ese tipo de música y las canciones tienen otro poso, otro acabado. Los años pasan. Si antes las letras tenían un punto de vista más del Koldo adolescente, ahora son más de David Ripoll. Marco, con el que tocaba en Alborotador o Dani [Puzzles y Dragones] me dicen que he dado un giro de ciento ochenta grados. Yo les digo que no se pasen, que tampoco hago reguetón. Quizá la manera de contar las cosas sea diferente. ¿Mi disco más maduro? ¡Qué cliché! [risas].

“Insomnio” tiene una atmósfera especial que me ha llamado la atención.
Sí, todos ya pasamos de hablar más de la pandemia, pero desde hace tres años he tenido problemas de sueño. Venía de antes, pero la pandemia fue el hachazo definitivo. No tanto por el encierro. Todos los problemas que veníamos arrastrando se agravaron. Y ha sido inevitable que escribiera una canción sobre ello. Entre los violines y los arreglos ambientales de guitarras que hizo [Miguel Breñas] salió esa atmósfera onírica, que era la idea. Teníamos en la cabeza copiar un loop de una canción de The Coral –y no quedó muy allá–, pero la canción ha quedado guay. Los violines los tocó un colega de la infancia que es violinista profesional y al que atraqué de mala manera. Ya sabes cómo son los músicos profesionales: no conocía las canciones y acabó grabando seis del tirón.

“A nivel de interacción humana todo el mundo se ha quedado desconectado”

¿Y cómo enfocaste la grabación con Miguel López Breñas en Sonic Boom? ¿Querías hacer un EP o un disco entero?
Yo había empezado a hacer canciones con la idea de grabarlas. No sabía si iban a ser dos, tres o veinticinco. De repente me encontré con doce que más o menos me convencían, pero en el disco saldrán diez. Y me dije que merecía la pena grabarlo todo. Estuvimos desde un poco antes de la pandemia y durante ella, grabando muy poco a poco con Miguel y Fran, el batería de Viaje a Sidney que también me acompaña, en Sonic Boom y la casa de Miguel. La producción y la grabación de arreglos la hizo Miguel en Sonic Boom. Todo lo hicimos entre él y yo, salvo la batería. La mezcla y el máster la ha hecho Borja Pérez [Yawners, Confeti de Odio].

¿De qué conoces a Miguel?
Le conozco desde hace muchos años –empecé a tocar con él en Ingenieros Alemanes, coincidí con él en El Pardo, Hazte Lapón y Alborotador–, y cuando tengo que hacer un arreglo que no sea de guitarra, tengo que contar con él.

“No creo que me haya quedado un disco de cantautor”

¿A qué hace referencia el título?
Joder [risas], empecé a pensar en el “soldadito marinero” de Fito: me venía la frase de esa canción –que no me gusta nada, me parece horrorosa–, y me dije: “¿Dónde vas?”. Pero me cuadraba mucho. Estuve mucho tiempo dándole vueltas, cuando tenía que cantar la frase en el local tarareaba algo porque no terminaba de atreverme a decirla, pero aunque hay letras de amor y desamor que tienen que ver con lo que hacía antes, el resto tenían un poso común: poner encima de la mesa, supongo que por el momento en que se hicieron, los lugares que compartes con las personas que te importan. Todos nos hacemos mayores, hay cosas que se van pudriendo, pero me queda la amistad con Miguel y mucha gente. “Podemos seguir” habla de eso. Y vinieron más en esa línea. Aunque “Lanzaremos al viento ese marinero sentimiento” parte de una historia de pareja –las promesas que se dejan de hacer–, decir esa frase era como un desafío. Abandonarte a lo incontrolable, pero con un poco de valentía: un poco Hemingway mirando al mar.

¿Qué expectativas tienes y cómo afrontas el futuro próximo?
Un poco como siempre, en realidad: tocar todo lo que podamos. Lo de Spotify y el algoritmo es un puto desastre: si te dejas encadenar por esa mierda, estás jodido a la hora de hacer música, en qué poner el foco y en qué no. Puede que todos tengamos la tentación, pero yo creo que la manera correcta es volver a como lo hacíamos en la primera época de Alborotador, que es tocar todo lo que podamos en nuestra ciudad. Hay una generación más joven que usa las redes sociales de una forma con la que yo no conecto tanto, y tengo la sensación de que tocan menos en salas y más en festivales. Intentaremos tocar donde podamos, y ya tengo otras diez o doce canciones nuevas. Intentaré darle el coñazo a Miguel para grabarlas [risas].

¿Qué impresiones tienes de cómo están las cosas tras la pandemia?
Creo que a nivel de interacción humana todo el mundo se ha quedado bastante desconectado. Eso influye en todos los ámbitos, y los conciertos son uno más. Empezamos a superar esa pereza y ese aislamiento, nos reencontramos en los conciertos. Pero al principio quedó un panorama desolador: era como que había que hacerlo, pero parecía de mentira. Esto lo noto a todos los niveles, juntarse, quedar con las amistades. Y eso en algo como los conciertos también afecta. Ahora la cosa está volviendo a la sabrosura. Y aunque las condiciones de las salas siguen siendo abusivas, las rebajaron durante la pandemia y de momento se mantienen. Son un poco menos abusivas. Esperemos que dentro de un año no volvamos a la estafa colectiva [risas].

 

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