Música más dura para un mundo más duro
EntrevistasJohn Foxx

Música más dura para un mundo más duro

Redacción — 11-05-2004
Fotografía — Archivo

El hombre que bebe agua mineral a mi lado es el que hizo sonar a Ultravox como unos New York Dolls con sintetizadores y luego los largó para emprender una carrera en solitario que aún dura. Pese a sus maneras suaves de aristócrata británico, inventó el electro-punk y ya a finales de 1977 escribía temas como “The man who dies everyday”, “Rock wrock” o “Hiroshima mon amour”, decididos manifiestos post-punk que enterraban anticipadamente un género afectado de rigor mortis prematuro.

John Foxx es de los que ha escrito la historia del pop contemporáneo. Hace poco estuvo en Barcelona actuando con Louis Gordon, otro fanático de los sintetizadores vintage desbocados. Pese a anunciarse como dúo, la gente fue a escuchar los grandes temas de Foxx. Y se quedó con las ganas. “Depende de en qué me concentre en cada momento. Ahora lo hago en la electrónica, no en el pop. Sé que la gente quiere escuchar canciones de ´The garden´ pero no trabajamos en ellas ahora. A la música de Louis le van mejor las canciones de ´Metamatic´, por ejemplo. En este momento me interesa la electrónica dura, es tan simple como eso”. Para quien recuerde cómo sonaban los primeros discos de Ultravox! (con !) o conozca sus discos más recientes, no es de extrañar. Ni que tenga un argumento intelectual para ello, como siempre hicieron los artistas reales de los 80. “Mi música actual es más urbana que nunca. Va de vivir en una ciudad y digerir todo lo que eso significa sin perder la dignidad. La manera en que compongo es la manera en que vivo. Intento que coincidan. Hoy la vida es más dura, el mundo es más violento, las ciudades son más peligrosas y mayores que nunca y las relaciones internacionales empeoran. Nuestra música trata de todo eso”. Y se ayuda de la tecnología, rebatiendo –aunque sea la excepción- el concepto actual de la electrónica como incapaz de expresar nada más que hedonismo o relax.

"Sufro del síndrome moderno de querer ser otra persona. Hoy en día todo el mundo quiere ser de otra manera, al menos temporalmente."

“La tecnología me permite volverme primitivo. Sonar primitivo. Después de las Guerras Mundiales todo el mundo llevaba el pelo corto por cuestiones de higiene. Los avances técnicos sanitarias permitieron que pudiéramos llevar el pelo largo, acercándonos más a nuestro ser primario. Es así como quiero usar los medios tecnológicos”. Foxx es un artista vigente. Y así se considera. El tiempo que estuvo parado, dedicándose a su alter ego audiovisual, permite aproximarse a su trabajo desde dos puntos de vista: el histórico y el contemporáneo, tan unidos como valorables de forma independiente. Asegura no haberse arrepentido jamás de dejar Ultravox, a pesar de hacerlo antes de “Vienna” y perderse los años siguientes. Su personalidad inquieta no soporta hacer siempre lo mismo. “Sufro del síndrome moderno de querer ser otra persona. Hoy en día todo el mundo quiere ser de otra manera, al menos temporalmente. Yo debí ser de los primeros. Nací en un pueblo minero del norte de Inglaterra y la única manera de que aquello no te hundiera era inventarte un personaje (exactamente lo mismo que hacían al mismo tiempo Steve Strange en su pueblo de Gales o Billy McKenzie en su opresivo Dundee). En mi trabajo no musical firmo como Dennis Leigh, que es mi verdadero nombre, pero John Foxx me permite ser otro. Como Dennis me dedico, entre otras cosas, a vagar por los mercadillos de las ciudades en busca de viejas películas domésticas. Las veo, observo qué historias cuentan y trabajo sobre ellas”. Las interesantes fotos en b/n que ilustran su reciente “Crash & burn” fueron obtenidas de esta manera, sin ir más lejos. La personalidad John Foxx tuvo su fase new romantic (y tecno-pop), quizás la más conocida, que legó discos como “The garden” o “The golden section”, auténticos documentos históricos sobre la creación del pop contemporáneo. A diferencia de otros que no soportan ver viejas fotos con según que pintas, Foxx no se arrepiente lo más mínimo. “Para nada. El punk estaba muerto. Y encima era un cadáver aburrido. Nosotros reaccionamos contra él. No sabíamos lo que hacíamos ni siquiera por qué lo hacíamos. Pero estábamos seguros de que no se había hecho antes. Con el paso del tiempo voy entendiendo mejor los motivos y es gratificante descubrir nuestro mismo lenguaje en grupos actuales”. Su hotel, en el que tiene lugar la entrevista, está a pocos pasos de lo que fue Studio 54, uno de los dos o tres refugios para new romantics que tuvo la ciudad en tiempos mejores. Para mi sorpresa, lo recuerda perfectamente. “Nada más pasar por delante he recordado cuando tocamos allí. Estaba lleno y fue un gran concierto. Con los tiempos que eran en España, no debía ser fácil para aquellos chicos vestirse de aquella manera. No debió ser fácil ser new romantic aquí”. No lo sabes bien, hijo mío... Salvo en Valencia y Barcelona, tampoco es que hubiera demasiados. Pero en nombre de “aquellos chicos” que discutían con sus grasientos y más abundantes compañeros heavies en el autocar del colegio para poner la cinta de OMD en lugar de los consabidos Rainbow o Deep Purple, le agradezco el impulso que nos proporcionó para defender la razón y las causas justas.

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