Después de dos discos, especialmente el primero -“Bergman”- de alto contenido electrónico, “Lust” supone un salto al pop. “En este trabajo sí, desde luego. Si no hubiera hecho los otros álbumes anteriores, creo que nadie lo habría clasificado como electrónica; de hecho, sólo hay una canción que tiene unas secuencias de fondo”. Y, como en “Inner” (2001), Bergman tira de orquesta (entonces la Sinfónica de Praga, ahora la de Bratislava), en este caso con un peso definitivo en la estructura de los temas. “La composición de este disco fue muy curiosa, porque empecé exclusivamente con la orquesta; me fui a Bratislava, con los cincuenta músicos de la Sinfónica, y no tenía melodías, ritmos ni letras, sólo música. A partir de ahí imaginé todo lo demás, incluso diferentes melodías de voz para los cantantes con los que probamos”. En principio, dos hombres y en francés, idea que pronto fue desechada para partir de la base que finalmente se convirtió en el leit motiv de “Lust”. “Quería hacer un disco en el que todos trabajáramos en la misma dirección, con una chica que hablara de sus placeres y un hombre [David Carabén, de Mishima] que contestara, como una película. Es la misma historia, pero las escenas cambian, la luz, hay una evolución”. Bergman habla de principio a fin de un hedonismo con fuerte carga sexual, hasta que un “this is my lust” (“esta es mi lujuria”) pone fin a doce temas en los que Uma Pietsch (con la que ya trabajó en “Inner”) encarna a esa mujer y, sobre todo, a sus placeres.
| "Echo de menos aquellos discos de David Bowie en los que se inventaba un personaje para sus historias" |
“El personaje es el de una chica que lo quiere todo y para la que el sexo es algo muy superficial, no tiene ningún prejuicio; la palabra ´lust´, que en España significa ´lujuria´, en Inglaterra y Alemania no tiene esa connotación religiosa de pecado: es únicamente placer sin límites. Ella vive en un mundo totalmente hedonista, entregada al placer. Y el hombre es el contrapunto: aislado en un faro; querría estar en un mundo así, pero no hace nada por ello, se queda esperando a que suban a por él”. Una estructura clásica que responde también al clasicismo general que domina el disco: ambientes etéreos y pop aterciopelado con la voz próxima de Pietsch; un resultado que su propio autor encuentra cercano a las composiciones de The Divine Comedy o Benjamin Biolay, aunque en realidad no anda tan lejos de “Inner”. Eso sí, trascendiendo las referencias de la electrónica, incluyendo órganos clásicos e incluso interpretando algunos temas (“Lying For Love” es uno de ellos) con clavicémbalos barrocos; y pese a las violas, violines, chelos, contrabajos, oboes y demás, consigue que no suene recargado, aunque quizá sí con demasiada uniformidad. “El sonido es lo que más me preocupaba, y en ese sentido trabajar con orquestas checas es una ventaja, no sólo por lo económico [suelen ser bastante asequibles], sino por la microfonía y las salas que utilizan, que son un lujo. La sala donde grabamos era grandísima, como el auditorio de Barcelona, y eso aquí es impensable; hemos trabajado mucho la textura de la voz, que la grabamos con tres micros para conseguir una mayor sensación de presencia. Es un concepto arriesgado, porque la gente está acostumbrada a los spots, a quince o veinte segundos de una cosa muy concreta, y esto es más una película. Echo de menos aquellos discos de David Bowie en los que se inventaba un personaje para sus historias; me hacía gracia ese planteamiento”. Bergman insiste en el símil cinematográfico, y después de la sensualidad promete cambiar de tercio para próximas entregas. “Sinceramente, lo que me gustaría es que el siguiente disco fuera de guitarras; en la música parece que sólo puedes ceñirte a un estilo, pero yo no trabajo en una única línea, ni siquiera me lo planteo, no hay un sonido preconcebido. Es como si Stanley Kubrick, después de hacer ´Lolita´, todas sus películas tuvieran que haber ido en ese sentido; pero en Kubrick cada película es diferente: luego hizo ´2001, una odisea en el espacio´ o ´La naranja mecánica´ y seguía siendo Kubrick”. Y en cuanto al directo, un campo que Bergman siempre ha demostrado cuidar, se plantea dos sets: uno con nueve músicos y otro con tres, el propio autor y dos chelistas, “que harían los contrapuntos, como si fueran las melodías de voz. Y como en todo el disco la protagonista es una chica, en directo también: la formación de cuerda y viento estaría compuesta únicamente por mujeres, y las chelistas también, porque son ellas las que realmente explican las cosas”.
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