En su undécimo álbum de estudio, el músico transita del folk delicado al pop juguetón, la psicodelia, la americana, el garage y el blues rock con una solvencia deslumbrante. Y siempre bajo su prisma particular y arropado por musicazos amigos como Matt Sweeney, Jason Quever y Chris Cohen.
Leí cómo alguien le definía como “un misterio”, y me parece una definición acertada. El norteamericano puede desafiar a cualquier Kurt Vile que se le ponga delante, pero por esas cosas de la música y la vida, sus canciones siguen lejos del reconocimiento que merecen.
La deliciosa conversación que sigue arroja un poco de luz: hombre afable y discreto de pocas palabras y ninguna impostura -le da pudor hasta haber participado en un episodio del estupendo programa de Youtube Guitar Moves de su colega Sweeney, mostrando su pericia con el fingerpicking-, Cass tiene perfectamente asumido que nunca llegará a las masas.
“De algún modo, he acabado haciendo mi propio género”
¿Por qué un disco doble tan expansivo? Son dieciséis canciones, muchas bastante largas. Hay muchísimo aquí dentro.
No era ningún plan, pero acabamos grabando muchas canciones y me gustaban todas. No sé. Supongo que quería…¿Qué es un disco? Cuando estaba decidiendo la duración que tendría, me pregunté qué es un disco. ¿Qué lo define? ¿Cuál es la duración adecuada y correcta? Y resulta que no hay ninguna. Me di cuenta de que lo que tienes que hacer es comunicar algo.
Así es.
Si necesita ser muy largo, no puedes cortarlo sin más. También, como oyente de música, quiero sentir de algún modo la mente del músico funcionando. Y me gusta la música que es como un diario, esos álbumes que son como colecciones. La música de Daniel Johnston es así, te da la impresión de ser música que es de un tiempo y un espacio.
¿Pero eres fan de discos como el White Album de The Beatles?
El White Album es increíble. Mi disco es más corto…
El Blanco tiene como cuarenta canciones.
Es una locura, sí. Son muchísimas. Y en cuanto a la duración, es muy largo.
Si te soy sincero, hay una parte de mí que sigue pensando en términos de CD. Cuando estaba creciendo y aprendiendo a tocar la guitarra, los CDs eran muy populares, y yo escuchaba un montón de rap. Solían llenar los CDs enteros, los 74 minutos o lo que sea que quepa. No dejaban espacio. Metían cosas instrumentales y cortes de sonido de películas, cualquier cosa.
¿Pero aquí tenías una idea de cómo ibas a desarrollar cada tema en cuanto a la instrumentación? Hay canciones en las que os recreáis.
En lo que se refiere a mis discos, nunca entramos con arreglos preconcebidos. Jamás. Normalmente, empiezo yo con el instrumento con el que he compuesto la canción, ya sea guitarra, piano o bajo. Entonces vemos a dónde nos lleva. En este caso, el único objetivo era no usar sintetizadores.
¿En serio?
Putos sintetizadores, que les den. Suenan mal y llenan demasiado. Cuando estás mezclando teclados se comen demasiado espacio sonoro. Son como un tanque gigante arrasando a las guitarras, especialmente las acústicas. No te dejan oír nada. Y no creo que haya ninguna canción, si está bien compuesta, que dependa del arreglo. Quieres oír la letra, cómo se canta y quizá uno o dos instrumentos que sean información melódica. Pero eso es todo. Todo lo que haya de más es, por así decirlo, pajilleo.
Un trabajo peliagudo el de mezclar.
Es muy, muy difícil.
En todo caso, el sonido sigue siendo increíblemente claro. Es algo que siempre ha caracterizado tus discos, pero en este igual lo llevas más lejos.
Es lo que intentamos. Lo más frustrante después de hacer un disco es mezclarlo y que llegue un músico y diga: “No oigo mi guitarra. ¿Dónde está? No oigo el bajo. No oigo las congas”. Y cosas así. Es muy difícil equilibrarlo todo.
Para mí, es tu mejor disco, sin duda. ¿Crees que te va a llevar a un nuevo nivel en cuanto a popularidad o reconocimiento?
No, no creo que vaya a pasar nada. Lo pienso realmente. Abandoné esa idea. Estoy en la rampa de salida (risas). Y está bien, estoy bien. Bueno, no realmente, pero así son las cosas (risas).
¿Es porque hay demasiados artistas compitiendo?
Bueno, es cierto que la música es un mundo muy competitivo. No tendría que serlo, pero lo es. Lo cual es chungo. Pero creo que si hubiera tenido que pasar algo, ya habría pasado a estas alturas. Parte de mi intención con este disco es reconocer lo que soy como un “colega” de cuarenta y tantos años. ¿Colega? No, soy un hombre. Un ser humano. La gente a la que le gusta mi música es rara, y la aprecio por ello. Pero me imagino que siempre va a ser una cosa pequeñita. No tengo…
Grandes aspiraciones.
Eso, sí. Se lo dejo a otra gente (risas).
¿Qué me puedes contar del enigmático título del disco? Más allá de que es una especie de roble y la última canción.
La última, sí. No había un plan maestro, y en realidad no significa gran cosa. Vi esa especie de árbol y las palabras. Me apunté mentalmente que las palabras sonaban bien juntas, seguí pensando en ellas, y luego compuse la canción. Tenía sentido que fuera el título del disco.
Es un proceso intuitivo, un poco mágico.
Sí. Lo que me gusta del título es que cualquier oyente puede proyectar un significado en la idea de un árbol. Y luego, es como un árbol que crece dentro. Las palabras bailan juntas. Como pasa con mi música, quiero que la gente saque sus propios sentidos. No quiero dictar lo que significa.
La canción es como un blues rock bastante desatado. Me ha gustado que acabes ahí, porque la mayoría de los discos acaban con un tono más melancólico. Te deja buen sabor de boca.
¿Sabes qué? Fue la última que compuse para el disco, y tenía sentido que fuera el final, no sé. Sucedió así. Mientras hacíamos el álbum nos preguntábamos si estábamos haciendo un disco, y si era bueno. ¿Qué es esto? ¿Hemos acabado? ¿Tenemos que seguir? Y entonces me dije que tenía que componer una canción más. Y así fue, por eso es la última.
En cuanto a las letras, ¿dirías que hay uno o varios grandes temas?
Supongo que hay algunos temas que van emergiendo. Sobre todo, la idea de un inframundo. El espacio entre nuestro mundo y el inframundo. En ese espacio de transición pueden pasar cosas mágicas. Puede pasar cualquier cosa. Pero también es un lugar muy peligroso donde estar. Entras por tu cuenta y riesgo. Puedes no regresar. La locura supongo que es otra cosa que está en mi estilo, abrir agujeros en mi cabeza con canciones.
Musicalmente, ¿tenías la idea de explorar géneros distintos de una manera más explícita?
En realidad, no. Ya lo he hecho antes. Como músico, otras veces te interesas por, no sé, la cumbia, y te pasas meses y meses sumergido en esa cultura. Pero en este disco no quería pensar de ese modo. Volviendo a tu pregunta: de algún modo he acabado haciendo mi propio género. Creo que si llevas el tiempo suficiente, en cierto momento habrás creado tu propio estilo.
Hay muchas canciones que podría mencionar, pero la tercera, “Missionary Bell” me ha parecido especialmente bonita.
Bueno, la escribí para un amigo que estaba sufriendo. En mi cabeza, es sobre la bahía de Monterrey, California, y el mundo de los barcos de pesca. Monterrey era la capital de la Alta California mexicana. Tiene un significado adicional sobre los espíritus, el engaño y las penas que todos llevamos encima. Llevamos los pesares de los espíritus, y necesitamos reconocerlos. A la tristeza que nos precede. Un montón de música es solo entretenimiento y gente poniendo caras de felicidad, tratando de hacer pensar a los demás que no hay tristeza en el mundo. Y eso es un poco peligroso. Hay mucho de eso. Casi todo.
Con un disco tan largo, entiendo que tienes fe en que tu oyente se siente tranquilamente a escucharlo de arriba a abajo.
¿Que si tengo fe? Supongo que sí. Tengo la mejor opinión de la gente, y además sería reduccionista hacer música basándote en tus bajas expectativas del oyente.
Sin embargo, ahora mucha gente hace canciones pensando en el impacto de los primeros, no sé, quince segundos. No digo que sea positivo, pero es así.
Bueno, no sé qué decir de eso. No se debería hacer. Creo que la gente es más lista de lo que creemos, que tiene más paciencia y es más dinámica emocionalmente de lo que suponemos. La gente es mejor de lo que pensamos. Subestimamos lo generosa e inteligente que es.
Una de las canciones lleva el nombre de Lola Montes, que fue una cortesana, bailarina y cantante del siglo XIX, y tiene su propia película de los años 50.
Es un personaje real, sí. Pasaron muchas cosas: leí un libro sobre la historia de California. Cuando ella llegó a aquel viejo Oeste, causó una conmoción en San Francisco. Hay muchos testimonios de su “baile de la araña", Además enseñó a Lotta Crabtree, que era otra bailarina de San Francisco. Pero también me leí su libro sobre anécdotas amorosas. Es genial, un libro lleno de humor, sobre cómo el amor puede derribar imperios. He visto la película y está bien. Pero en mi canción, Lola Montes es un personaje de ficción, me la inventé para mí mismo. En realidad no se basa en nada.
“Un montón de música es solo entretenimiento y gente poniendo caras de felicidad, eso es peligroso”
Es que una de las cualidades de estas canciones es que suenan frescas. Con tantas a tus espaldas, ¿te resulta más complicado alcanzar esa frescura?
Si crees cómo se compone una canción, es hora de dejarlo. Lo que mantiene la frescura, para mí, es que estoy lleno de dudas y auto desprecio (risas). Y cada vez que me embarco en una canción distinta, soy como un niño otra vez. A veces es doloroso, pero es así.
O sea, que para ti escribir es mucho más arduo que grabar.
Grabar es como salir con los amigos. Componer puede doler. La escritura contiene todas las emociones, incluyendo la duda y el auto desprecio. A veces tienes que ir a lugares bastante oscuros. A mí por lo menos me resulta necesario.
Muchos artistas de tu liga -por llamarlo de algún modo- me comentan lo complicado que se ha puesto girar y ganar dinero. ¿Cómo es para ti?
Girar siempre ha sido muy difícil para nosotros. No somos tan populares. No viene mucha gente a nuestros conciertos. Siempre hemos hecho bolos pequeños. Nunca hemos sido grandes. Veo a las bandas que llevan grandes producciones, y es un mundo completamente distinto al que yo conozco. Simplemente pagarte la habitación del hotel y todo lo demás es una movida. Pero no sé hacer otra cosa. Me encanta hacer música. ¿Qué puedo decir? Es una mierda, pero esto nunca ha ido de dinero. No me puedo quejar porque nunca he tratado de ganar dinero.
Supongo.
Pero algunos de los grandes músicos que admiro lo consideran un trabajo más. Para Van Morrison esto siempre ha sido un curro. Steve Albini decía lo mismo. Para mí no es un trabajo de verdad. Es un trabajo solo en parte. Si una compañía de discos me quiere ayudar a sobrevivir con mi arte, pues maravilloso. Pero en términos de trabajo, soy un hombre de negocios malísimo.
¿Cómo vas a presentar en directo estas canciones?
Con banda. El grupo es un organismo con entidad propia. Siempre va de un amigo a otro. Unas personas reemplazan a otras. Como te decía, no ganamos dinero suficiente para pagarles en exclusiva. Y eso está bien. Me gusta tocar con muchos músicos diferentes. Para mí, girar es viajar con colegas. No quiero contratar a desconocidos. Eso se acabó.
Para terminar, ¿qué impresiones tienes de este entorno de streaming en que nos movemos y cosas como la IA? No lo puedo ver más opuesto a lo que haces.
Soy muy de la vieja escuela. Me gusta tocar las cosas, ya sean LPs, CDs, cintas, VHS, DVD…Me va bien. Quiero leer las letras, ver el arte, tenerlo en la mano y quizá darle un beso. No puedes besar un stream. No puedes mimarlo ni abrazarlo. No soy una persona tecnológica.
¿Te parece que el streaming convierte la música en algo “barato” o devaluado?
Yo diría que todo lo que sucede en el móvil se devalúa. Nuestras vidas se han hecho más baratas, nuestra sexualidad se ha abaratado. Cualquier cosa. Todo lo que sucede en un espacio virtual o digital no es vida real, es una forma degradada. Una simulación. Música en la calle, alguien tocando un instrumento en una acera: eso es música real.

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