Noir 80. Cine negro 1980-1989
LibrosAdrián Esbilla

Noir 80. Cine negro 1980-1989

8 / 10
José Martínez Ros — 27-11-2025
Empresa — Editorial Desfiladero
Fotografía — Archivo

Es obvio que entre los setenta, los años de auge del Nuevo Hollywood, y la década de los ochenta, hubo cambio muy profundo en el cine estadounidense, no sólo en su sensibilidad visual, sino también en los temas que trataba, la configuración de la industria y el tipo de actores que aupaba a la categoría de estrellas. Si las películas que anunciaron el gran cambio en el mainstream hollywoodiense fueron “Tiburón” (Steven Spielberg, 75) y “Star Wars” (George Lucas, 77) como nos relató Peter Biskind en el imprescindible “Moteros tranquilos, toros salvajes”, en el territorio del noir fue una producción algo más olvidada la que señaló el camino a seguir. Nos referimos a “Driver” (78) en la que, como nos explica el crítico Adrián Esbilla en este estupendo recorrido por el cine policíaco y criminal de los 80, Walter Hill “delineó el futuro… La ciudad, la noche, los coches. Hill tomaba su sensibilidad de cómic y la aplicaba sobre el esqueleto de un thriller americano cuyos músculos se conformaban de polar francés y noir japonés. Los personajes eran arquetipos -el conductor, la jugadora, el policía- que deambulan por un sueño extrañamente físico”. Tras esta, llegaría la también decisiva “American Gigoló” (80) de Paul Schrader que anunciaba al ritmo del “Call Me” de Blondie que estaba naciendo un nuevo mundo.

La identidad estética de los 80 cristalizaría de manera definitiva en una serie de televisión (“Corrupción en Miami” del gran Michael Mann) y en tres películas que Esbilla caracteriza como “noir del exceso”, realizadas por Brian de Palma, William Friedkin y Michael Cimino. “Cuando uno imagina el noir de los 80, lo que piensa son imágenes sueltas de “El precio del poder”, “Vivir y morir en Los Ángeles" y "Manhattan Sur". Es su tipo de fotografía, la música de sintetizadores, los interiores de diseño y la arquitectura, la puesta de sol, los amaneceres y las noches, los personajes hiperindividualistas, sus relatos de ambición y materialismo. Cocaína, neones y palmeras”.

Pero, por supuesto, el repaso por el cine negro norteamericano de la época no se detiene en esos hitos y analiza fenómenos como las buddy movies, al estilo de “Límite 48 horas” o “Arma letal”; y maravillosas singularidades como fueron “Érase una vez en América” de Sergio Leone, “La jauría del vicio” de Gary Sherman o “¡Jo, qué noche!” de Martin Scorsese;. Y todo esto sin olvidar las primeras obras de un puñado de genuinos autores que surgieron del incipiente cine indie como Abel Ferrara, Kathryn Bigelow y Alex Cox.

Más allá de Hollywood, el libro de Esbilla repasa la evolución del noir en distintas cinematografías nacionales: de las que se encontraban en plenas crisis creativas, con el agotamiento de los grandes subgéneros que habían explotado en la década anterior, como el giallo y el poliziesco en Italia y el tradicional cine de yakuzas en Japón; a aquella que lograron adaptarse a los nuevos rumbos estéticos, como la francesa, en la que el cinéma du look representado por cineastas como Jean-Jacques Beineix (“La diva”, 81), Leos Carax (“Mala sangre”, 88) y Luc Besson (“Subway. En busca de Freddy”, 85), insufló una nueva vitalidad a los viejos esquemas de su cine negro autóctono, el polar. No nos olvidamos del cine español, donde se estrenaron algunas geniales rarezas como las dos primeras partes de “El Crack” de José Luis Garci y la perturbadora “Matador” de Pedro Almodóvar.

También hay espacio en este libro para unas cuantas obras maestras que aparecerían en el Reino Unido durante la oscura era del thatcherismo, como “El largo viernes santo” (John Mackenzie, 80), “The Hit” (Stephen Frears, 84) o “Mona Lisa” (Neil Jordan, 86). Y para el revolucionario cine de acción hongkonés de este periodo, el heroic bloodshed, que impusieron directores como Ringo Lam (“City of Fire”, 87), John Woo (“The Killer", 89) o un joven Wong Kar-Wai (“El fluir de las lágrimas”, 88), cuyo enorme influencia se empezó a percibir con fuerza en la década siguiente, mostrando que Asia iba a tener mucho que decir en la evolución del séptimo arte durante el siglo XXI.

Y hay muchísimo más, como ejemplos del desconocido cine negro latinoamericano o de latitudes tan distantes como la Filipinas, que convierten “Noir 80” en un libro al que cualquier auténtico cinéfilo va a regresar una y otra vez. A esto que hay sumar un interesantísimo epílogo sobre la literatura noir de este periodo.

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