Lo único que importa es el verano
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Lo único que importa es el verano

3 / 10
Roberto Berzosa — 19-10-2025
Empresa — Periférica

Una novela, por sí misma, es algo imperfecto y lleno de errores. Algunos autores como Proust, Joyce, Beckett o, más cercanos a nosotros como el primer Almodóvar o César Aira, han persistido en sus errores, convirtiéndolos en su estilo. Así lo explicaba Alan Pauls en su ensayo "Fallar otra vez".

La última novela del italiano Francesco Pecoraro, Lo único que importa es el verano (Periférica, 2025), tiene varios de estos errores salvables, como despistarse con el narrador y pasar de una tercera persona a una primera y volver a la tercera en el mismo párrafo; crear personajes estereotipados y utilizar referencias a la cultura pop bastante perezosas para situarnos en el contexto —como mencionar que una chica iba a leer "La broma infinita", pero le daba miedo su extensión o remarcar que en una fiesta escuchan a Manu Chao porque son progresistas de izquierda—, más allá de la casi obligada mención al 11-S en toda novela que transcurra en 2001, aunque la acción transcurra en julio, como esta.

Pero el único error que el lector no puede perdonar ni a la mejor novela es que esta nos quiera engañar, cosa que sucede en este caso. Creo que la principal falla está en presentarnos esta historia como una novela y no como el manifiesto o ensayo político-social que el autor tenía en mente. Es el clásico ejemplo de poner en marcha una acción y unos personajes para, a través de sus conversaciones, soltarte el discurso de todo lo que sabe y todo lo que quiere denunciar. En este caso: la cumbre del G-8 en Génova en el año 2001, donde miles de jóvenes antiglobalización se reunieron para manifestarse, dando como resultados violentas cargas policiales y varios jóvenes asesinados a manos de los agentes del Estado.

En ella, tres jóvenes aburridos de sí mismos, pasan la tarde y noche de los altercados muy lejos de allí, en una fiesta en la costa donde solo se preocuparán de ligar, comer pasta con almejas y decidir qué hacer con su vida y su amante. Amante que, sin saberlo, los tres comparten.

No todo es malo en la novela. Además de escritor, Pecoraro es arquitecto y urbanista, lo que le sirve para, en boca de alguno de sus personajes —indistintamente, ya que no se diferencian—, hablar de la deriva de la Roma del siglo XXI a través de su urbanismo, de sus edificios opresivos, sus chalets horteras y despampanantes y de cómo todo esto habla de la sociedad que los ha construido.

También hay un capítulo donde la narración le gana el partido al discurso. La amante de los tres protagonistas se encuentra en las protestas de Génova y gracias a ella podemos vivirlas desde dentro, en lo que supone todo un ejemplo de buen relato periodístico.

El último rasgo que destacaría de la novela es su diálogo con el presente. Es imposible no relacionar las protestas de Génova con el 15-M, con los Rodea el Congreso, los altercados de Atenas, de París o las más recientes en España. En este caso, sí que ha sabido captar la respiración de una época crispada y ponerla sobre el papel, aunque no es suficiente. Sería un buen ensayo, un buen reportaje periodístico, pero no una buena novela.

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