Parecía imposible que Bob Stanley (Horsham, Reino Unido, 1964) pudiera siquiera acercarse a la excelencia de todo lo que ya expuso en el descomunal "Yeah! Yeah! Yeah!: La historia del pop moderno" (Turner, 2015), uno de los mejores libros sobre música que cualquiera de nosotros haya podido leer en su vida. Pues bien, hay que reconocer que, con esta precuela, lo ha logrado. "Let’s Do It. El nacimiento de la música pop" (2025), espléndidamente traducido por Tito Pintado (Penélope Trip, Telefilme) y publicado originalmente hace tres años, abarca desde un plano similar el periodo inmediatamente anterior: es decir, lo que ocurrió en la música popular británica y norteamericana entre 1900 y los años sesenta, aproximadamente, cuando el advenimiento del rock and roll y la beatlemanía partieron el siglo en dos. En realidad, todo es POP, defiende su autor. Eso sí, no busquen mucho más allá del ámbito anglosajón. Que ya es mucho, muchísimo. Habría que ser un absoluto titán o una computadora humana para haberse extendido hasta allá.
Veamos todo lo que recorre el músico de Saint Etienne: el ragtime, el music hall, el vodevil, el nacimiento del jazz, la música de entreguerras, la era de los musicales de Broadway y el imperio de Tin Pan Alley y Denmark Street, el esplendor de las big bands, la era de los crooners, los inicios del rythmn and blues, el swing, el hilbilly, el folk o el skiffle. Sinatra, Cole Porter, Irving Berlin, Louis Jordan, Woody Guthrie, Al Jolson, Duke Ellington, Judy Garland, Billie Holiday. Los albores del cine musical, el reinado de la radio, la aparición del álbum.
Una historia de emigrantes europeos que hacían las Américas. Una historia en la que, hasta la eclosión del sonido merseyside, Gran Bretaña siempre va a remolque de Norteamérica. Stanley lo explica con fidelidad al propósito que enuncia en su introducción: entretener, no aburrir y hasta divertir, justo lo que lograban aquellas canciones ante su público. Es de justicia. Tiene su mérito lograrlo en un tocho de más de 700 páginas: los 52 capítulos son cortos, y se agradece. ¿Es enciclopédico? Sí, pero nunca hasta el punto de saturar al lector.
Y siempre con la erudición, el entusiasmo de auténtico melómano y la ausencia de prejuicios y la alergia a los lugares comunes que ya mostró en "Yeah Yeah Yeah" (2015): califica como una “sarta de gilipolleces” los comentarios despectivos que Dizzy Gillespie y Miles Davis dedicaron a Louis Armstrong (“un personaje sacado de una plantación” para el primero, “una personalidad que se basaba en que los blancos querían que los negros les entretuvieran riendo y saltando” para el segundo), afirma – con un par – que Perry Como, Frank Sinatra o Dean Martin se hicieron famosos imitando al nunca suficientemente ponderado Bing Crosby, y reivindica la figura de Inna Ray Hutton como mujer pionera a la hora de dirigir una big band. En realidad, esta última es solo una de las muchas vindicaciones de artistas que, por razones de género (mujeres) o raza (negra), quedaron opacadas en la historiografía oficial: Vaughan De Leith, las hermanas Boswell, Sophie Tucker y muchos nombres más.
Prevalece su visión global, omnívora y extraordinariamente dotada para conectar estilos diversos y corrientes estéticas a lo largo de distintas décadas con una perspicacia fuera de la común: el rock and roll no acabó de cuajo con los crooners, al igual que el punk no se cargó al progresivo ni al AOR, y no solos las listas de éxito dan fe; también el olfato del autor para detectar flujos que emergen y se sumergen dentro del mismo riachuelo, el de la gran música popular del siglo XX, aquel que difícilmente alguien va a contarnos tan bien y tan exhaustivamente en solo dos libros.

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