Dick o La tristeza del sexo
LibrosKiko Amat

Dick o La tristeza del sexo

7 / 10
Roberto Berzosa — 03-06-2025
Empresa — Anagrama

En su mítico libro sobre escritura de guion, Blake Snyder exponía una teoría infalible para, desde el primer momento en que el espectador viera al protagonista, sintiese simpatía por él, quisiese ver la película deseando que todo le fuese bien. El famoso guionista de Hollywood lo llamaba la escena “Salva al gato”: la primera vez que aparezca, el personaje principal tiene que hacer algo entrañable, mostrar su bondad, por ejemplo: salvar un gatito.

Pues bien, no me cabe duda de que Kiko Amat conoce esta teoría, por lo que entiendo la primera escena de Dick o La tristeza del sexo como toda una declaración de intenciones. Comienza con Franki Prats, nuestro protagonista, arrastrando el peso muerto y dejando un recorrido por toda su escalera de sangre, mierda y babas de Perla, su perrita, a la que acaba de asesinar a polvos.

Como decía Biznaga en el teaser que presenta esta novedad de Anagrama, Franki Prats es un adolescente más, su vida es un placer y una fatalidad. Tiene 15 años y acaba de descubrir el sexo, por lo que es un pajero de manual, para ello cualquier excusa le viene a mano, ya sean las fotos de su madre, sus compañeras de instituto, documentales de indígenas con las tetas al aire o animales de todo tipo. Toda su realidad se compone de un padre literato y pedante, una madre exmodelo, alcohólica e insatisfecha y un vecino aún más salido que él que le nutre de porno gracias al videoclub que regenta su padre. Por ello, Franki se ha inventado un universo paralelo en el que su alter ego es Dick Loveman, un viajero espacio-temporal que se dedica a resolver misiones secretas, básicamente… chafando culos.

No solo tiene el don de la imaginación, sino que Franki Prats es, sin querer caer en dobles sentidos, superdotado. Esto hace que a su corta edad se expresa con un lenguaje que bien podría ser resultado de una mezcla entre Friedrich Nietzsche y Leonardo Dantés, tomando de este último su habilidad y vocabulario para nombrar a su falo de las más variadas formas posibles: pölla, percherón, vergajo, catapulta seminal, chola, arco de competición recién tensado, priápico pilum, pudendo, terrible maza, aparato de dimensiones asniles, buque, diabólico cipote, carajo…

Sin embargo, la verdadera proeza que consigue Kiko Amat en Dick o La tristeza del sexo es argumental, logrando convertir este relato, que todos podríamos pensar que era un American Pie adolescente, lleno de porno, fetiches y con olor a semen reseco en los calzoncillos, en una biografía dramática y penosa de Francesc Prats, protagonista al que en ningún momento llegamos a tomar cariño, pero buceando en su experiencia, recuerdos y traumas, sí llegamos a comprender el porqué de su tristeza existencial.

La segunda mitad de la novela no desmonta la imagen gamberra y divertida que nos habíamos creado con la primera, pero, en cierto modo, sí transforma esta novela chorra en algo mucho más serio. No será lo mejor que ha escrito Kiko Amat, pero que está en plena forma no se lo puede discutir nadie.

 

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