“Pensémoslo un poco. Y luego pensémoslo un poco más”, nos pide el narrador al inicio de "Confeti": “el cuarenta por ciento de la vida humana, según mis cálculos, es una ficción. Una mentira. Una novela”. Bajo esta premisa, un periodista estadounidense se convierte en la sombra de Xavier Cugat a lo largo de sus noventa años de vida, tratando de desentrañar cuánto hay de verdad en su personaje. No se cree la imagen del hombre vividor, afable y siempre feliz que acapara los medios del star system americano.
Los lectores reconoceremos o, los más jóvenes, descubriremos a este tipo que podríamos considerar el Gran Gatsby catalán. Nacido el 1 de enero de 1900 en un pueblo del Empordà y emigrado a Cuba desde bien temprano, perfeccionó su arte con el violín y se fue a hacer las Américas. A partir de ahí, todo es azar, realidad, ficción, literatura… Durmió al raso en Central Park; hizo de una suite del Waldorf Astoria su casa; ganó millones de dólares con la orquesta que llevaba su nombre; perdió millones de dólares con los divorcios que encadenaba con muchachas cada vez más jóvenes, a las que triplicaba en edad; participó en películas y musicales con Fred Astaire y fue el primer español con una estrella en el paseo de la fama; se codeaba con Sinatra o Al Capone; recorría de gira todo Estados Unidos y, cuando se cansaba, hacía lo propio en España, Italia y el resto de América. Con afán de vivir cien años, recorrió el siglo XX y no logró su objetivo por poco, en 1990 moría en Barcelona, donde se había convertido en una vieja gloria, un personaje que vivía en una suite del Ritz, donde un Rolls Royce le esperaba en la puerta.
Pero los que entiendan “Confeti” –previamente publicada en catalán, ahora disponible en castellano– como una biografía de Xavier Cugat estarán equivocados. Cuando este muere, a la novela aún le quedan cincuenta páginas, y es ahí donde todo se transforma, el narrador resurge y el periodista tiene que cerrar su propia historia. Al igual que no existiría Ahab sin Moby Dick, el periodista obsesionado corre el riesgo de no existir al desaparecer su personaje.
Jordi Puntí habla, en tono crepuscular, de ese Confeti que se nos queda en los bolsillos cuando la fiesta ha terminado. La novela en sí es excesiva, elegante, rosa, divertida y un poco kitsch, tal vez como el propio Cugat. Dibuja un retrato de una época que ya no existe y de un personaje tan real como un decorado de Hollywood. Encantará a los lectores que añoran las revistas musicales en papel, los reportajes largos, ya que también puede ser visto como todo un ejercicio de periodismo musical en el que, a través de cuatrocientas páginas, se siguen los pasos de un tipo de artista hoy extinguido. ¿Existiríamos, los periodistas, sin estos personajes? ¿Vivimos nuestra vida a través de ellos? ¿Los envidiamos? ¿Los utilizamos? Quizás a todos nos gustaría tener una vida de novela, saber escribirla, que otros quisieran escribir nuestra historia. A algunos, al menos, nos queda el consuelo de, a través de estos textos, de los discos de los que hablamos, las películas que criticamos, dejar constancia de quiénes somos, de que hemos existido.

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