Carmilla

Ahora que estamos atiborrados de propuestas vampíricas, principalmente, orquestadas en torno a las bases argumentales impuestas, en su momento, por “Drácula”, el clásico por antonomasia de Bram Stoker y de la literatura de terror, en general, no deja de ser una noticia más que pertinente el hecho de que Astiberri nos brinde la oportunidad de poder adentrarnos en una edición como la que acaba de publicar de “Carmilla”, el clásico menos conocido de la narrativa de vampiros, original de 1872, obra de Joseph Sheridan Le Fanu.

Para la ocasión, nos topamos con un libro ilustrado en el que la parte gráfica corresponde a Rosemary Valero-O’Connel, quien hace un trabajo soberbio, siempre complementando a la perfección con imágenes de onirismo turbio los escritos de Le Fanu desde una posición tendente al homenaje, no a la usurpación del protagonismo de las palabras. Su estilo, diáfano pero misterioso, se atiene al contexto temporal de la novela desde un prisma casi fantasmagórico, por momentos, sumando un halo enigmático a un texto ya de por sí fabuloso. El mismo que no sólo influyó en gigantes del horror como Bram Stoker y H.P. Lovecraft, sino que se adelantó a su tiempo a través de una historia de claro trasfondo lésbico.

Al fin y al cabo, los pilares de la narrativa vampírica siempre se asientan sobre el pilar del amor a través de la eternidad de los tiempos y, en este sentido, “Carmilla” no sólo no tiene nada que envidiar al romanticismo endemoniado que subyace en cada página de “Drácula”, sino que va más allá al ofrecernos una mirada más compleja sobre los designios del deseo.

El resultado final está sujeto a los cánones de escritura de género en aquella época dorada, donde el halo poético se apresta a dinamizar los hechos sobrenaturales que componen tan gustoso mural de tópicos, antes de que se convirtieran en tópicos debido a todo lo que vino después dentro de este subgénero masivo, en el cual “Carmilla” ocupa una posición de privilegio absoluto, tal como demuestra tan hipnótica lectura.