El catalán Dimas Rodríguez desborda un bonito tipo de romanticismo a lo largo y ancho de las ciento veinte páginas que conforman “Ayer estuve en Lenina”, apostillando la apuesta con elegancia y buen gusto. Lo hace con palpable sinceridad extendida en la narrativa y, al mismo tiempo, descartando incómodas sensiblerías que hubieran desdibujado el objetivo y desnivelado un equilibrio final, algo que es de agradecer.
Romanticismo, en primer lugar, hacia el propio barrio (de Gràcia) en el que se desarrolla la acción, concretada en el reencuentro –entrega de discos mediante– de esa protagonista llamada Nico con diferentes personajes de su entorno (y su pasado), sitos en variopintos estratos personales. Romanticismo también para con las tiendas de discos, en este caso a través de Lenina, establecimiento afectado por una inundación y regentado por la propia Nico, que intenta paliar pérdidas con la venta por internet y posterior entrega en mano de los vinilos. Una circunstancia del todo definitoria, que sirve al autor como hilo argumental desde el que encarar diferentes direcciones.
Romanticismo, al mismo tiempo, por la música en general, con un sinfín de nombres especializados y de nivel desfilando por el relato, al tiempo de entreverarse con esa añorada banda local, Los Hitch, en la que militó Nico. Unos recuerdos que también tienen espacio en “Ayer estuve en Lenina”, sumando como aderezo adicional de cara a los ingredientes de una novela que, cabe suponer, suma no pocas experiencias propias a modo de inspiración. Y romanticismo, por fin, en torno al poder del reencuentro y la amistad, esa que sigue supurando por cualquier grieta y a pesar del paso del tiempo.
Dimas Rodríguez (líder de Invisible Harvey) parece expuesto en estos capítulos, aunque sea desde un plano algo disimulado que se proyecta sobre la figura de una tercera persona. Un producto teóricamente ficticio, pero cuya cercanía propicia importantes niveles de calidez y emoción, determinantes ambos cuando de consensuar el perfil de “Ayer estuve en Lenina” se trata. Y, también (y lo que quizá sea más importante), clave de cara a prender la llama de la empatía en el lector.

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