Recorrer la vida de un músico célebre a través de los ojos de uno de sus mejores amigos es como curiosear el interior de una estancia a través del agujero de su cerradura: la imagen será inevitablemente incompleta, algo más incluso que si esas memorias nos llegaran de primera mano o de puño y letra de un biógrafo acreditado, pero lo que aquí se puede perder en hondura musical se gana en aliento vital, y eso ya es mucho teniendo en cuenta que la bibliografía sobre el bardo canadiense es ya abundante.
Eric Lerner, editor, escritor y guionista ligado a la industria de Hollywood, puede preciarse – con razón – de ser una de las personas que mejor le entendió, y aquí nos desvela al Leonard Cohen más cercano, filosófico incluso, también al más familiar, mucho mejor padre que pareja, a través de una amistad que duró décadas y que nació, precisamente, en las sesiones de budismo que ambos empezaron a compartir a finales de los setenta, y se prolongó durante un tiempo en el apartamento que ambos compartieron en Los Angeles o luego en numerosos encuentros en Nueva York.
Seguramente se trate de un libro solo apto para iniciados, especialmente indicado para fans o estudiosos de la obra de Leonard Cohen (de hecho, el relato de las sesiones zen con el maestro Joshu Sasaki Roshi se hace algo pesado), pero está escrito con tanta retranca, tan poco autobombo, tanta humanidad y tanto sentido del humor que ayuda a aportar algo más de luz sobre un artista único, que solo se regía sus propias reglas, pese a los tira y afloja con su sello y a la sensación de cierta invisibilidad por parte del gran público que le acompañó hasta que volvió a la carretera hace algo más de una década. Un libro (y disculpen la palabra) entrañable.
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