Hacía tiempo que no me echaba a la cara una banda tan bizarra y desconcertante como Pink Grease. Visten como unos Roxy Music de todo a cien, cada canción del disco suena de una forma diferente, y en directo son uno de los caos positivos más divertidos y desfasados que uno recuerda.
Que sean así es normal ya que tienen poco más de veinte años, graban para un sello con solera como Mute, son coleguitas de Barry 7 de Add N To (X) y Clare Grogan de Altered Images –que hace coros en el disco-, tienen un guitarrista con el pelo a lo afro que se pinta de blanco en sus shows, el saxofonista toca en calzoncillos, el cantante es calvado al Jonathan Rhys Meyers de “Velvet Goldmine” y uno de ellos lleva colgada al cuello una extraña mesa de mezclas con la que hace toda clase de ruiditos. Todo esto les hace ser una banda apta para las fiestas más pasadas de vueltas del planeta. Al poner su disco la gente creerá que has puesto una cinta variada con lo mejor de las últimas tres décadas del pop, una cinta en la que imaginarán escuchar a The Cramps (“Fever”), The Cars (“Peaches”), Dexy´s Midnight Runners (“Into My Heart”), Duran Duran (“Serial Heartbreaker”), New York Dolls (“High Strong Chironi), Stooges (“High Strung Chironi”) o Roxy Music (“Emotional Retard”). Lo mejor de todo es que, a pesar de tocar palos tan diversos, los chavales le ponen actitud y consiguen sonar personales. La bomba. Son mi grupo mascota del año: me molaría irme de fiesta con ellos -con permiso de Chk Chk Chk-. Si les acompaña la suerte y les dejan, fijo que la lían. Preparen la purpurina y estén listos para vomitar. La mala vida no perdona.
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