Hay grupos que nacen con el radar afinado hacia lo que importa: buenas canciones, guitarras con brillo y melodías que se te quedan pegadas sin pedir permiso. The Ripples son uno de ellos. El cuarteto de Mallorca ya apuntaba maneras en sus apariciones previas, pero con "One Hell of a Ride" confirman que su pasión por el pop-rock británico no es simple nostalgia, sino una manera muy viva de entender el presente.
El disco se grabó nada menos que en los míticos estudios Abbey Road, un lugar que impone respeto y, de paso, empapa de historia cada acorde. No es solo un capricho: el sonido del álbum refleja esa búsqueda de la excelencia y, por qué no decirlo, de la leyenda. Las guitarras suenan afiladas, las voces encajan con precisión y la base rítmica plasma el impacto inmediato sin perder elegancia. Hay algo de Beatles, claro, pero también de The Who, de los primeros Oasis o de ese power pop que tanto se echa de menos de bandas como The Jam o The Stranglers. Canciones como “Drive Me Crazy” o “One More Chance” podrían sonar sin problemas en una emisora británica a media tarde, justo antes de un tema de Squeeze o de Teenage Fanclub, antes de dar paso a una dosis del género al otro lado del Atlántico con The Plimsouls o The Raspberries.
Lo mejor es que el grupo no se queda en la superficie. "One Hell of a Ride" tiene alma y, sobre todo, recorrido: los temas fluyen con naturalidad, alternando momentos de pura energía con otros más emotivos, sin caer nunca en el exceso ni en la complacencia. Se nota que la banda ha crecido, que domina el lenguaje por el que apuesta y que ya no necesita demostrar nada. Auque hayan venido justamente a demostrarlo. Aunque parezca que simplemente disfrutan y te invitan a subirte al coche con ellos.
Y eso es justo lo que consigue el disco: hacerte sentir dentro del viaje. Con cada escucha aparecen nuevos matices, arreglos escondidos o giros vocales que te pillan no habías descubierto. Porque la banda ha firmado un trabajo sólido, con sabor clásico y alma contemporánea.
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