Acostumbran a decir los cursis que, quien tiene magia, no necesita trucos. Qué lástima que una frase tan almibarada y manida se ajuste, sin embargo, con tanta precisión al impecable hacer de Ramón Rodríguez, quien todavía posee recursos de sobra para recordarnos, años ha de su debut, que el que tuvo retuvo.
No es casual que con “Ocurrimos Lejos” (25) nos acordemos de aquel brillante 2008. El artista catalán ha seguido para la ocasión pasos similares a los que conformaron su carta de presentación como The New Raemon durante aquellos días, entre ellos, un espíritu minimalista en la producción, con la voz al frente, y la participación amiga de Ricky Lavado, quien eleva de prestancia todo lo que toca. También dialoga de forma visible y conceptual con su más reciente proyecto, "Postales de invierno” (23), instalándose en este caso en el territorio del “pre-duelo” y acercándose a la socorrida, pero siempre efectiva, meditación sobre el devenir de los años.
A golpe de verso, Ramón alude a los lejanos “destellos de juventud” y “a un tiempo que no volverá” (“Tiempo”), cimentando los parapetos de sus recuerdos, sin drama ni exhibición. Declama sobre la pérdida (“Todos somos centellas de viejas estrellas que dejaron de brillar”), pone los pies en la tierra en primera persona (“Sentados Sobre El Trueno”) y saca, como es ya habitual, toneladas de petróleo de esa nostalgia vívida que tan bien marida con su arrebatadora forma de admirar e interpretar el mundo (“Hay quien quiere seguir viviendo, hay quien quiere matar muriendo”, canta en “Frente a la bahía”)
Pero donde la fórmula gana enteros es cuando también logramos descifrar entre las canciones la voz de Laia Destruye en su plena expresión, pasando de ser un mero acompañamiento coral a una escolta sonora superlativa en la que la combinación entre ternura y sinceridad sin ambages nos pasa por encima como un tren (“Diez Años En Un Día”). La complicidad entre todos los culpables es, de hecho, responsable de que el disco fluya con vertiginosa rapidez, sumada a la apenas media hora que el LP dura.
Aunque más allá de sus aspectos técnicos, lo que permanece en el oyente es la sana reivindicación que Ramón hace de la canción como ejercicio de autoconocimiento y la modestia per sé de la propuesta, rehuyendo del personaje y priorizando el mensaje sin rechazar la composición accesible (“Una Vez Vi El Viento”). Sin artificios y con humanidad, en su aparente quietud late una revolución silenciosa, la de un artista que sigue encontrando sentido en cantarle a todo lo que duele y también a lo que en ocasiones nos salva.
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