Con el internacionalismo y la fusión de estilos por bandera, el cuarteto radicado en Brooklyn entrega un segundo trabajo desigual, en el que el fulgor de sus logros puntuales queda oscurecido por ciertos recursos de brocha gorda.
A su favor cuentan con una frontwoman políglota (canta aquí en tres idiomas) y seductora como es Sabina Sciubba, quien no siempre ve su charme vocal correspondido por las irregulares tramas rítmicas enhebradas por su compañero, el teclista argentino Didi Gutman, en connivencia con el bajista Jesse Murphy y el batería Aaron Johnston. Cuando juegan a la carta del electro house soleado, envuelto en seda francófona (“Le Territoire” o “Nicotine”) no salen mal parados, aunque aún les va mucho mejor al adentrarse en una grácil y sugerente rítmica in crescendo lindante con el universo Sterelolab/Broadcast, como en la notable “Sweatshop”. La cima indiscutible del álbum es la fantástica “Last Call” -producida por Ric Ocasek-, elegante y cool sin sonar vacua. Sin duda, podría ser uno de los singles del verano. Llegados a este punto, el bajón se concreta en una segunda mitad trufada de discreción (los efluvios de bossa y drum’n’bass light de “Tourist Trap”) y, en el peor de los casos, insustancialidad. Es el caso de “Never Met A German” -machacona como un vino cabezón-, la rutinaria melodía de “Talk To The Bomb”, la nadería electro de “Sexy Asshole” o el punk pop de patio de colegio de “Problem”. Demasiado lastre para considerar este “Talk To La Bomb” como un producto consistente, a la espera de su reválida sobre el escenario: actúan en la apertura del FIB.
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