Songs in the Key of Yikes

Hasta hace nada, dos grandes etapas dominaban la larga trayectoria de la banda de Carolina del Norte: una primera, pletórica en su despliegue de energía de power pop, y que se extendía a lo largo de los noventa; y una segunda, desde su regreso de las catacumbas de los grupos quemados, a partir de 2010. Esta se beneficiaba de la madurez y saber hacer de un Mac McCaughan que mantenía la intuición juvenil para la melodía, la piedra filosofal del grupo.

Este nuevo álbum -el decimotercero de estudio- abre una tercera: la salida amistosa de Jon Wurster no es poca cosa, porque era el hombre de las baquetas desde los primeros noventa y miembro de la formación canónica a través de discos clásicos como “Foolish”. Pero lo que a primera vista podría encender todas las alarmas -los cambios dramáticos en grupos tan longevos no suelen augurar nada bueno, en especial de baterías tan competentes como el norteamericano- se traduce en una revitalización en toda regla en compañía de la nueva batería Laura King.

Si los últimos discos del cuarteto pecaban de una corrección nunca por debajo del notable, su nuevo trabajo se beneficia del recambio, e incluye algunas de las canciones más inspiradas de la factoría en mucho tiempo. Llámenlo vigor, electricidad, mordiente, necesidad: ese elemento invisible que debe acompañar al pop de guitarras en su mejor versión.

Con excepciones ilustres como la de Bob Mould -que es un solista- o Dinosaur Jr, no es tan frecuente que un proyecto formado tanto tiempo atrás despliegue a estas alturas constantes vitales como las de “Is It Making You Feel Something”, “Bruised Lung”, “Care Less”, “Everybody Dies”, “Train on Fire” o “Stuck In a Dream”, piezas canónicas de su estilo con todo lo que les ha hecho relevantes, más ese punto de sabia madurez que enriquece la receta.

Mac y compañía combinan magistralmente contundencia eléctrica y luminosidad melódica en la decena de cortes, de modo que “Songs in the Key of Yikes” brilla como la mejor versión que podemos tener de Superchunk a 36 años de su formación. Las casualidades no existen, y menos en la compleja dinámica de los grupos: el cambio a veces no sólo viene bien, sino que es cuestión de supervivencia.