Si Franz Ferdinand viene de Francisco Fernando, el archiduque heredero del Imperio Austrohúngaro y causante de una gran guerra sin querer, aquí llega la réplica precisamente desde el país magiar. Ese sería el titular si esto fuera Antena 3.
Pero ni eso es así –afortunadamente- ni The Moog tienen tanto de los escoceses como muchos dicen. Y eso es bueno, también, y la afirmación podemos sustentarla en la frescura de su sonido, que no rompe nada que no quieran romper los despachos de las multis y que bien podría caer en manos de algún publicista de teléfonos móviles con complejo de enrollado demiurgo. Lo encomiable de The Moog es que intentan trazar una línea entre el pop y el garage sabiendo sus limitaciones, sin intentos de muros de sonido ni aburridas filigranas, lo suyo es el descubrimiento, entusiasmo y pasión filo-occidentales de la generación que creció con la MTV puesta en las casas de un barrio cualquiera de Budapest. El problema, el de siempre, The Moog es un grupo con fecha de caducidad, marcada para cuando el label de calidad se imponga a las modas y la diversión.
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