Hickey

Lo siento pero este par de australianos desprenden un tufo de impostura que tira de espaldas. Todo en este proyecto está tan medido que acaba por resultar muy poco creíble. Incluso si uno pasa por alto la implicación a la hora de escribir canciones de la larga lista de colaboradores del disco (Blake Slatkin, Amy Allen, Omer Fedi, J Lloyd, Lydia Kitto Julian Bunetta… etc.), existe una búsqueda tan estudiada en el encaje dentro de los patrones del indie-pop más luminoso de los últimos veinte años, que nada desentona ni chirría aunque sea un poquito. Todo tiende a una perfección de cartón piedra, exenta de cualquier tipo de alma. Una falta de espíritu que indica mucho laboratorio en el estudio y poco local de ensayo. Un timo, vamos.

Por eso no voy a insistir demasiado para que nadie pierda ni un segundo de su preciado tiempo en este disco. A no ser que se la traiga al pairo que todo se trate de un invento y quiera dejarse engañar por esa amalgama de guiños continuos a The Drums, Clap Your Hands Say Yeah!, The Spinto Band, Bishop Allen o tantos y tantos otros proyectos mucho más veraces, y dignos de ser tenido en cuenta, que el tramado por Otis Pavlovic y Royel Maddell.

Y es que solo hay que ver esas pintas tan estudiadas, extraídas del armario ropero de Buddy Bradley, pero sin la roña de lo auténtico, para darse cuenta que nos han querido vender gato por liebre. Tanto que, incluso la polémica generada alrededor de la letra de “Moody”, suena a truco de marketing impostado. Falsos ofendiditos por ese verso que afirma que su novia es "una zorra cuando está de mal humor”. Pues yo soy un cabronazo cuando quieren colarme indie impostado de segunda división, como si fuera el último gran fenómeno del momento. Lo cual no quita que haya un par de canciones como “say something” o “I Hate this tune” que no puedo quitarme de la cabeza. Prueba evidente de que la nómina de autores que han colaborado a la hora de escribir junto al dúo de Sidney saben hacer bien su trabajo. Faltaría más con lo que habrán cobrado.