Hangover Terrace
DiscosRon Sexsmith

Hangover Terrace

8 / 10
Kepa Arbizu — 10-09-2025
Empresa — Cooking Vinyl
Género — Pop-Folk

La música, y en general cualquier manifestación artística, tiene la mágica facultad de convertir a alguien situado a miles de kilómetros de nosotros o incluso vagando perdido entre los anaqueles de la historia en el portavoz más exacto del chasquido, a veces mínimo otras estruendoso, producido por un sentimiento que hasta ese momento considerábamos propio e intransferible. No solo se trata de comprender la naturaleza universal y compartida que contiene toda emoción, sino sobre todo de ser capaz de exhibirla bajo un formato lo suficientemente atractivo como para liberarse de su contexto particular y convertirse en posesión anímica de cualquiera que se sienta interpelado. En esa labor, casi siempre saldada con convincente resultado, lleva inmerso ya tres décadas este compositor canadiense que una vez más, con su actual disco, “Hangover Terrace”, ejerce de delicado y romántico trovador que ha encontrado en su melancólico folk-pop una línea directa de comunicación con el oyente.

En su extensa carrera, el actual significa su trabajo decimoctavo, como en la de cualquier otro artesano sonoro, ha habido lugar para muchas estilizadas figuras de rebosante calidez pero también para algunas piezas maniatadas por la rutina melódica que, aunque ni han sido numerosas ni han abocado al tedio creativo, generan incertidumbre sobre el grado de inspiración por la que aparecerán tocadas sus más recientes composiciones. Una interrogante que para su resolución a menudo ha sido necesario despejar la incógnita tras la que se encuentra el nombre y modelo de producción al que se encomienda, no siempre escogida de la manera más óptima acuciada muchas veces por intentar ofrecer elasticidad a un estilo tan identificativo como muy poco dado a alterar sus directrices. Por eso encontrar entre los créditos de este álbum a Martin Terefe resulta especialmente ilustrativo, y no por estar igualmente habituado al griterío de las masas como al recogimiento de ilustres autores, sino por sus diferentes encuentros previos con el músico canadiense, incluido en esa lista uno de sus mayores logros, “Retriever”, lo que si bien no supone necesariamente reverdecer aquellos magistrales laureles, sí que revela la predisposición a depositar en manos conocidas y testigo de sus éxitos su nuevo cancionero.

A pesar del talante atemporal, no solo en la propia configuración de su música, que define la firma de Ron Sexsmith, no se puede obviar que al mismo tiempo sus canciones, o las sensaciones que transmiten, están influidas de manera innegable por el momento presente en que están concebidas. Una doble condición cronológica que se barrunta especialmente en este trabajo, al que atraviesa un sentido lírico de vulnerabilidad evidente, ya sea empujado por las huellas que dejó la pandemia, donde la incertidumbre pasó de conjugarse simbólicamente a fieramente realista, como por toda una deriva política y social empeñada en hacer cada día más resbaladizo cualquier atisbo de esperanza. Un contexto que, por otro lado, se relaciona perfectamente con la morfología característica del canadiense, tanto es así que le permite, sin descoser su idiosincrasia, despacharse mordaz en “Camelot Towers” contra el lujo en que se ha convertido la vivienda, acercándose al rebufo dejado por Ray Davies, quien extenderá su dicción roquera también en una magnífica y melancólica “Rose Town”. Una de las múltiples voces clásicas que conforman un imaginario que, al igual que sucede con otros contemporáneos como Josh Rouse o Amos Lee, ha escogido una conmovedora melosidad como fuente de la que hacer brotar su lenguaje sonoro.

Una condición siempre dispuesta a mantenerse reconocible pese a la vestimenta coyuntural adoptada por cada tema. Es precisamente esa indeleble marca de agua que acompaña a Ron Sexsmith, y que le ha hecho heredero conceptual de, entre otros, Cat Stevens, James Taylor o Gordon Lightfoot, la que consigue mantener en pie algunas cuestionables decisiones instrumentales basadas en el exceso, y que se pueden aplicar a la sección de cuerdas que acompaña su regreso a los paisajes de la infancia en “Burgoyne Woods” o al trote eléctrico impuesto en “It's Been Awhile”, que sofoca el quejoso pero atractivo tono de voz del intérprete revelando las grises huellas del paso del tiempo. Abortados deslices que en absoluto pueden ser achacados en exclusividad al mayor aporte decorativo en las composiciones, un concepto que de hecho está visible en casi toda su discografía y que en este capítulo también sabe encontrar buenos manejos. Una actitud perfectamente dirigida hacia un sentido orgánico con el fin de construir en “Don't Lose Sight” un ambiente de evocadora consistencia; participando del contagio melódico, bajo instrucciones de Paul McCartney, presentado en “Outside Looking In”, descubrimiento de la fecha de caducidad con la que cargan algunas amistades, o sobre todo en el sobresaliente ejercicio de barroquismo controlado, al que cederían orgullosos su sello la dupla Costello-Bacharach, que significa “Easy For You To Say”, transformado en una oda de serena placidez.

Solo la mínima mácula que supone la búsqueda a veces algo forzada de diversidad impide a “Hangover Terrace” convertirse en un excelente trabajo, categoría fácil de haber sido obtenida si se hubiera encomendado en rigurosa exclusividad a la faceta más clásica del autor, una defensa de su natural identidad que nada tiene que ver con negarse a promover una amplitud de registros que esquiven el paso monocorde. Un riesgo de homogeneidad totalmente infundado viendo cómo su singularidad está sobradamente capacitada para acoger odas a la incorrección política desde el vaporoso ambiente campestre de “Cigarette And Cocktail”, sumergirse en la estremecedora desnudez de “House Of Love” y “Angel On My Shoulder” o divertirse con en el ritmo juvenil de “Damn Well Pleaseo”. Que el final del álbum recaiga, a modo de postrero regalo, en la preciosa “Must Be Something Wrong with Her”, amplía todavía en mayor medida la sensación de que la música de Ron Sexsmith sigue percibiéndose como un delicioso e insaciable rumor del agua cristalina, aunque su caudal traslade esas lágrimas que también pertenecen al mar.

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