El sonido de Hooverphonic chirría por todas partes. Más perdidos que la protagonista de “El viaje de Felicia”, los componentes de este grupo se dedican a crear atmósferas para anuncios de televisión, sin escrúpulos y sin ninguna gracia. Lo que aquí suena sólo puede dar dolores de cabeza. Que sigan empeñado en buscar la fórmula con la que dieron Portishead hace ya más de ocho años, o persigan las melodías tarareables de los Cardigans pre-fans de Black Sabbath en el corte más recomendable del disco ("The World Is Mine")- tiene su razón de ser para tres músicos carentes de talento. Pero que se dedican a parodiar el flamenco desde una perspectiva hortera y redundante ("Day After Day"), es casi intolerable desde un punto de vista estético. Los treces cortes que forman la producción tienen en la voz sobrecargada de Geike Arnaert otro de sus múltiples puntos débiles. La pretendida emoción que deberían desprender los recursos orquestales, de los que hace gala, no funciona de ninguna de las maneras. La emoción, sin sentimiento, sólo puede convertirse en falsedad.
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