De sobra conocida en el país
vecino, donde se la considera parte de una nueva generación de seguidores de la
tradición de la chanson, en nuestro país Emily Loizeau todavía permanece en un anonimato
mayoritario e injusto. Injusto porque si se hubiera hecho en castellano, “Pays
Sauvage” entraría a saco en pubs de diseño, iPods con gusto y anuncios
publicitarios de joven target, pero dejando a un lado la hipótesis el hecho es un disco de una
dibujante capaz de hacer partiendo de lo hecho, que bebe por igual de Waits o
de Brassens que de un Devendra volando en un universo de imágenes de Gondry, en
un intento de desmarcarse de lo fácil que ha desembocado en algo bonito y raro,
tribal (“La dernière pluie”) y circense (“La femme a barbe”), un paseo lleno de
alegría y un canto a la diferencia algo hippie –dirán algunos- , pero en cualquier caso un
alarde de creatividad de la de verdad, la que crea mundos en lugar de
reflejarlos. Porque “Pays Sauvage” es un mundo, el de la Loizeau, bien propio, al que quizá sólo le falte
encontrar la óptica justa para ganar esa homogeneidad que a veces no tiene.
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