En una época en la que la música parece diseñada para complacer a todos y durar apenas unos segundos, “La Mitad” de MINIÑO suena a algo distinto. No busca el impacto inmediato ni la perfección de laboratorio, sino la emoción que deja huella. Es un disco que vibra por dentro, imperfecto y humano, hecho desde la intuición y no desde la estrategia.
Nueve canciones dan forma a este debut que se siente como una conversación entre lo que se es y lo que se intenta ser. MINIÑO no pretenden disfrazarse: dejan las costuras a la vista y convierten los errores en parte del paisaje. Hay en su sonido una naturalidad poco frecuente, una calidez que no viene del brillo técnico, sino del pulso de quienes tocan sin miedo a equivocarse.
"La Mitad" funciona como un viaje interior lleno de contrastes. Hay temas que respiran calma y otros que parecen escritos en medio de un incendio. Lo mejor es cómo conviven esas dos fuerzas sin anularse. MINIÑO se mueve con soltura entre lo íntimo y lo eléctrico, entre la duda y la claridad. No necesitan elegir un solo tono: su identidad está precisamente en ese movimiento.
Las letras recorren la pérdida, la reconstrucción o la necesidad de encontrarse de nuevo. Pero no lo hacen desde el dramatismo, sino desde la honestidad de quien se atreve a mirar atrás sin adornos. Hay algo confesional, casi terapéutico, en la manera en que las palabras se abren paso entre instrumentos. Podría parecer un trabajo que navega en el tópico, pero en realidad se siente como él diario personal de la banda.
Algunas canciones destacan más, brillando por su impulso melódico o por la contundencia de lo que cuentan. Otras se quedan flotando, con un aire más introspectivo, más calmado, pero juntas conforman una historia coherente: la de una banda que se busca a sí misma y empieza a encontrarse. Ese vaivén, lejos de restar, aporta profundidad y coherencia emocional.
Escuchar "La Mitad" es acompañar a MINIÑO en una especie de aprendizaje vital. No hay artificio ni obsesión por el hit: todo suena a verdad, incluso cuando roza la fragilidad. No es un disco que busque sorprender; es uno que pide tiempo. Se instala, crece y, cuando termina, deja la sensación de haber estado ante algo sincero, sin filtros ni pretensiones.
Con este primer largo, MINIÑO firman un debut maduro, cálido y valiente. Un trabajo que no se preocupa por la perfección, sino por dejar una huella honesta en quien lo escuche con los oídos —y con el ánimo— bien abiertos.
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