Probablemente sea consecuencia de la particular fisionomía de sus raíces alojadas bajo tierra, con una inquietante similitud con el cuerpo humano, por la que la mandrágora ha llegado a desplegar a lo largo de la historia una rica acumulación de leyendas entorno a su naturaleza. Al margen de unas propiedades relacionadas con su carácter alucinógeno y afrodisíaco, existe además todo un muestrario de mitologías respecto a ella relatadas por voz de múltiples culturas. Tanto es así que esa presencia en el acervo popular ha sido transmitido al ámbito artístico, recogiendo su mística para alumbrar referencias o alusiones que competen a nombres tan dispares como Harry Potter, Maquiavelo o Javier Krahe. Un listado de abducidos por dicha simbología a la que hay que añadir ahora la entente formada por los músicos vascos Iñigo Jauregi, integrante de Purple Vellocet o Wicked Wizzard, y Xabier Badiola, miembro de Sotomonte, quienes bajo el bautizo de dicha planta han presentado un breve EP, “Neguko Aitorpenak”, que su reducida extensión es inversamente proporcional a los múltiples atributos que segregan dichas composiciones.
Una alianza sonora, teniendo en cuenta la idiosincrasia de las diferentes formaciones de las que provienen, que probablemente haya que rastrearla sustancialmente en el común apego al idioma de la psicodelia, tan voluble como para acoger diversas expresiones a las que habría que añadir las encomendadas a esta nueva referencia. Un proyecto que cede su muy notable función lírica a Jauregi mientras que su otra mitad se erige como constructor del esqueleto instrumental, sin que eso signifique una recta diferenciación en las labores de un trabajo que a fin de cuentas es resultado de la sinergia de dos mentes creativas liberadas de ataduras y rindiendo cuentas solo a su propia inspiración.
Bajo un carácter analógico y casero, escenificación perfecta para ese acid folk con denominación de origen británico al que rinden tributo a su manera, es admirable que por medio de solo tres temas el dúo logre dibujar un extenso mapa sensorial. Como si de postales retratando las casi opuestas respuestas que se pueden encontrar en el idioma de la naturaleza, sus composiciones discurren sin patrones establecidos, siguiendo exclusivamente el alma de cada una de ellas. Un espíritu que nace turbio y desasosegante, casi tanto como la interrogante que proclaman en su título, “Non ote dira?”, espejo de una desafección anunciada entre amenazantes rasgueos acústicos y lamentos ancestrales emitidos por sintetizadores, bajo un manejo conceptual no muy alejado del de CocoRosie, que formulan una sinfonía tutelada por el influjo de bandas como Pentangle o Trees. Frente a esa desubicación existencial, “Akelarre / Egunsentia” es la respuesta bucólica, entonada a modo de ninfas, encarnadas en el pasado por Shirley Collins o Judee Sill, que sin embargo desemboca en una explosión de intensidad luminosa, haciendo que el amanecer de un nuevo día sea visto esta vez como placer y no como condena.
El final del trayecto, “Lamia”, prescinde de instrumentación clásica y de voces para recrear en el intervalo cedido por el curso de un arroyo sonidos dictados por los sintetizadores, paradójicamente emisores de un alto calado emocional, y es que probablemente no haya mejor manera de intentar recoger todo lo intangible que representan esos seres femeninos mitológicos aludidos en el título que a través de ese zumbido melódico. Un colofón que siembra de nuevo la inquietud y se asoma al inclasificable rostro de lo desconocido, alimentos principales de un disco, “Neguko Aitorpenak”, que es por igual heredero de la tradición foránea y de la local, situándose en un espacio difícilmente ubicable, consideración a todas luces anhelada por sus autores. Una firma de la que poco sabemos más, con un futuro desconocido y un trabajo fascinante que cuesta determinar si es realidad o un sueño. Pero, al fin y al cabo, ¿es eso importante?
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