Los Retumbes regresan al mercado con un larga duración que han titulado, con su habitual estilo crudo y palmario, “Violentos torpedos de realidad”. En esta época bélica en la que nos hemos familiarizado con un término tan desagradable como la post-verdad, los once títulos cortos y expeditivos que encontramos dentro y el colectivo que los agrupa nos despiertan de regreso al realismo más caustico y revelador.
Lo primero que habría que destacar es que los de Barakaldo han encontrado refugio en Folc Records, después de haber estado acogidos en el hogar de la Family Spree Recordings hasta que se cerró el hospedaje. No es mal sitio para seguir creciendo. Por un lado, se notan matices nuevos, que luego intento contarlo. Por otro lado, se ven claramente las líneas maestras de lo que ya venían haciendo, y a esto probablemente contribuya el hecho de que han vuelto a grabar de la mano de Andrew Dreg en los Dirty Analog Studios. Por cierto, que dicen que lo han grabado “siguiendo el sistema rumblesonic”, y, aunque se puede sospechar qué es eso si haces una escucha atenta, espero que algún periodista avezado que tenga la oportunidad de entrevistarles a razón de este disco tenga por bien preguntarles por el término. Sea lo que sea, una definición no creo que acabe con el misterio ni tampoco te va a ayudar a disfrutarlo mejor. El disco es un ejercicio de ritmos primitivos y urgencias melódicas que se disfruta sin miramientos ni reflexiones profundas.
Además de todo eso, como siempre con esta banda, es obligado resaltar el trabajo de Juan Roller en Estudios Perkins para bordar, una vez más y van unas cuantas ya, el acompañamiento gráfico del disco. Esta vez, vuelve a viajar hacia atrás en el tiempo y se inspira en la estética de las supermarionetas de “Thunderbirds”. En la esquina inferior de la contraportada, vemos a uno de los muñecos poniendo música en un picú, sentado con las piernas cruzadas, y, por lo que se ve, está escuchando el “Colección de canciones de mierda”, que fue el anterior disco de la banda, lo que invita, nuevamente, a insistir en las líneas de unión que se ven entre este disco y lo que hicieron anteriormente.
De los once temas, tres son instrumentales, y son los cortes más largos, con las cuerdas más originales del lote. “Torpedo” es el primero y parece que ponen a Billy Childish a bailar flamenco sin perder el fuerte acento de Kent. “Pollo frito” – que por qué “Pollo frito”, te preguntarás, y quién lo sabe, igual les inspiró Ramoncín – también carece de lírica pero presenta líneas de guitarra muy sugerentes y originales. Y, finalmente, cierra el disco “Link”, la última instrumental, con un atractivo prólogo, que, por titularse así, esperamos que sea el enlace hacia cosas nuevas que vengan pronto. Hay un cuarto tema que no es instrumental porque repiten tres palabras: “come” y “on” y “baby” en un grito inaudito al rock and roll más puro y definitorio, sin perder el frescor y hechizo que siempre ha exigido el género. En el resto de las canciones, no solo nos sacuden con música, también nos despiertan con unas letras que recorren el tejido social y la actualidad más urgente, hablándonos de temas tan inmediatos como el escapismo noctámbulo, las propiedades sofocantes de la ropa oscura, conspiraciones varias, la estulticia y la estimación social, bandas tributo, o los índices de mortandad en la farándula digital.
“Bomba de humo” abre el disco, aunque invite a abandonarlo, por la estrategia fugitiva de la que hablan, digo. Las maracas y la guitarra ya te anuncian que has llegado a la estación del rock’n’roll. La capacidad para la rima engatusa, esta vez, con verbos en primera conjugación. Luego son capaces de rimar sustantivos con terminación en –or o plurales de la física atómica. La guitarra se acelera y los platos estallan en “Calor” y “Átomos” vuelve al cabreo instantáneo y sin ungüentos. “Misterio misterioso” mantiene el espíritu punk, aullando con ataques vocales primitivos y casi lupinos. Sus señas de identidad se ven más claras en “Demasiados pocos”, donde repasan el oficio de conseguir likes y morir estúpidamente en el intento, con un estilo formal tan de ellos, apreciable desde que se abre y sobre todo cuando cierran, con esos mordiscos, sablazos, cisuras tan rúmbicas. “Me odian” regresa a sus perfiles costumbristas, descubriendo una escena ordinaria, igual que antes ya estudiaron el cuñadismo, el amor menos romántico, la estupidez más venérea u otras investigaciones emocionales igual de cotidianas y coetáneas, siempre con sus habituales frases bien ajustadas, las rimas aceradas y variedad en los ritmos rectilíneos y acolchados que redondean el producto final. Finalmente, queda “El tributo” y es que nunca se han mordido la lengua cuando han querido observar con perspicacia los rincones del mundo musical por el que se mueven. Esta vez, aprovechan la plantilla musical de mitad del siglo pasado, decorando la percusión y dándole más melodía a las líneas vocales, para exponer su opinión sobre la moda de las bandas tributo, que tacharía de inmediata y candorosa pero no tan virulenta como otras que ya nos ofrecieron antes y aquí mismo también.
Haciendo una generalización torpe y gratuita, yo me atrevería a decir que les ha salido un disco más rockero que punkarra. En la coctelera de esta banda, siempre ha habido de todo y de todas las generaciones y de distintos lugares. Lo mismo se asomaban a la ribera del Medway como buscaban el espejo turbio del Nervión a su paso por la zona más fabril. Del punk al garaje, pasando por el rock de raíces y el surf, ponle billy, quítaselo, añade el apellido Childish detrás, o no, Milkshakes, Los Brincos, Bo Diddley, Link Wray o Siniestro Total. Todo ha ido mezclado aquí, pero, en una primera escucha, te queda la sensación de que, en este disco, han sido más expansivos, volviendo a disfrutar de todas esas raíces sin menoscabo del producto final, que siempre se sustancia en canciones compactas, espontáneas pero redondas, con rimas rotundas, ritmos sencillos, originales riffs de guitarra y mucha agudeza y bilis a la hora de escribir las letras. En resumen, todo esto completa los veinte minutos de disco, que suena a poco, pero viene repleto e intenso. Una nueva muesca en una carrera que ya va poco a poco camino de los diez años, con un montón de canciones que han incendiado conciencias, esguinzado caderas y alcanzado casi el nivel de himnos de a pie.
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