Lily Allen siempre ha sido, es y será una angry young woman. Da igual que jamás haya desgarrado su voz con una guitarra de fondo, que abrace los códigos pop y que ahora haya abierto la puerta a la cuarentena, porque si hay algo que sabe hacer es estar CABREADA. Cabreada, dolida, con el corazón roto y convertir toda esta amalgama de sentimientos ingestionables en auténticos bangers que exigen ser coreados para devolvérsela a todos esos hombres que la han llevado al límite. Da igual si es en el Glastonbury –retornando de la mano de Olivia Rodrigo– o en innumerables tiktoks que no paran de preguntarse quién es Madeline? Allen pone banda sonora a su malestar. Ante el estereotipo sexista en el que la exhibición pública del llanto y el enfado señala a la mujer como débil o emocional, la autora de “Fuck You” encuentra su poder y venganza en compartir su verdad.
Después de dos álbumes bastante descartables, con la excepción de un par de singles, la londinense renace de sus cenizas –emocionales y musicales– en “West End Girl”. A veces todo lo que se necesita es una gran ruptura para crear un gran disco. En catorce cortes nos relata el camino de vuelta a casa, o de vuelta a sí misma, después de enterarse de las infidelidades y romper con su expareja David Harbour. En el disco la narrativa real supera a cualquier ficción. Ingeniosa, con humor, pero con espacio para desgarrarse y admitir vulnerabilidades, logra hacer que la vergüenza cambie de lado. Y si no es así, la primera mentira gana. En “Pussy Palace” encuentra la combinación perfecta de palabras para hacer su particular “contar la verdad para seguir viva”, y en la elegante “Dallas Major” abraza el género mujer-divorciada-despechada-pero-sofisticada. A ella no le hace falta alzar la voz para dar su golpe más fulminante.
En su particular proceso de sanación, solo necesitó diez días en el estudio para grabarlo. Dance-pop suave en su mayoría, cuenta con una teatralidad y escenificación sonora de ensueño. Una pesadilla luminosa. Del 2 step garage más urbano de “Relapse” a los sintetizadores que firma Albert Hammond Jr en “4chan Stan”, la rotación impecable entre “Tennis” y “Madeline”, el momento reggae junto a Specialist Moss, el sampleo de Lumidee en la minimalista “Beg For Me”, o trucos trip hop que se llenan con melodías reconocibles sacadas de “It’s Not Me, It’s You”, en “Fruityloop”. Todo encaja con naturalidad y precisión, y confirma que cuando Lily Allen tiene algo genuinamente real que contar, no hay forma de ignorarla.
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