Esto no se hace, hombre, es feo. No se esperan dieciocho años para volverle a poner el nombre a un disco, anunciarlo a bombo y platillo en la red, y que luego resulte que se trata de una sesión nada más. Bueno, habrá que volver a la antigua resignación, pero ¿“nada más” que una sesión? Tampoco. Ben Watt necesita alegría a su alrededor, y si la provoca él a través de Tracey. Por eso en esta ración doble de deep house, flota el espíritu de ese amor viejo que nos ha enamorado a tantos desde hace…
Pero, en fin, de lo que se trata es de dar a conocer a través de sus nombres, y de los de Kevin Yost, Sandy Rivera, Negrocan o Willy Washington, esa ilusión que renació otra vez en el eximio cuerpo de Ben Watt en 1998, materializada en el club Lazy Dog de Notting Hill, donde acostumbran a pinchar Ben y Jay los domingos por la tarde, abriendo sus puertas a una mezcla de clubbers con demasiadas sustancias en el cuerpo como para parar de golpe y de gourmets del mejor deep house necesitados de un lugar donde se vayan descubriendo sus novedades más elegantes. Sobre todo para estos últimos es para los que está hecho este disco, para celebrar que el cuatro por cuatro con charme no va a morir en una sala de estar, sino que calienta mejor que tanto techno y ritmo gordo como anda suelto. Naturalmente, es el disco de house de la temporada con diferencia. Cálido, amoroso, sensual, romántico y muy sudoroso. Mucho.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.