En los últimos cinco años les hemos visto defendiéndose en el formato corto con soltura y pericia, fogueándose entre sencillos, epés y directos de sala, y recordándonos, sin hacer demasiado ruido, los motivos por los que la escena indie catalana continúa aun hoy marcando la diferencia. Un lustro después, y con el amparo de una casa discográfica conocida por pescar con puntada e hilo en el underground, Joel, Arnau, Irene y Albert cristalizan su voz conjunta de la mano de un debut con espíritu artesano y esencia estival.
“Sorra fina” (25) es tan efímero (22 minutos) como el verano cuando se es joven. Sus siete temas se escurren, precisamente, como arena entre los dedos, remitiendo a esas emociones vehementes, que de junio a septiembre se acentúan y que tan pronto vienen como se van. Sin perder la humildad en sus formas, modestas pero versátiles, el cuarteto dibuja los vicios propios de un coming of age musical, recorriendo en sus siete cortes el camino que va del júbilo a la zozobra y viceversa.
La ambición de sus responsables está presente desde el mismo disparo de salida, “Eau de Chloé”, una oda al amor incipiente y despreocupado (“Conec un cinema yonki de pelis que no entenc i vull entendre amb tu”) que va más allá del simple pop rápido y que combina con gusto lo áspero y lo pulcro, coros y solos a las seis cuerdas mediante. Tras su cierre, pegadizo y en castellano, es un riff en clave de art-punk setentero el que nos recibe (“El cor, el cor, el cor… fa mal!”), abriéndonos la puerta al desencanto afectivo generacional y preservando en su estructura un mantra repetitivo y juguetón y un particular latido garajero (muy del Nueva York de principios de siglo).
Más tórridos se revelan en “Fas tard”, donde los corazones se aceleran, la respiración se entrecorta y las paredes sudan. Guitarra y bajo se trenzan sinuosos, subiendo la temperatura y orquestando un relato tan íntimo como universal (“Tu, que has convertit l’espera en seducció / Tu, que has fet que trobi sexy arribar tard als llocs”). Y es que por encima de la nitidez y el escrúpulo, los chicos de Krögers han apostado intencionadamente por llevarnos al escalón más bajo de la intimidad, poco iluminado y doméstico, haciéndonos sentir en cada verso una honestidad despojada de reservas.
En este contexto, crudo y de tête-à-tête con el oyente, la banda despliega su existencialismo lírico, sentando las bases de un estilo propio que, referentes aparte, termina por encontrar su lugar jugándoselo todo a la melodía (“Estupidesa i/o solució”) y al ritmo (“Diumenge al dematí”). Confidencias al oído para una noche de verano que tratamos de estirar inútilmente hasta que cae por su propio peso. Ahora queremos más.
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