Jonathan Richman es uno de esos artistas que lleva un manual de instrucciones específico de serie, desde que apareciera en la escena de mediados de los setenta y en base, sobre todo, a ese disco homónimo de The Modern Lovers que vio la luz en 1976. El artista desarrolló un personalísimo estilo que ha venido evolucionando desde entonces. Entre lo costumbrista y lo poético; entre la relevancia y la mayor de las despreocupaciones; entre punk, folk y pop; entre la baja fidelidad y el talento máximo.
Richman ha planeado lo suficientemente cerca de cada una de las perspectivas como para picotear con olfato de todas ellas, pero evitando un compromiso en firme que hubiera motivado la aparición de fronteras creativas capaces de frenar aquella caprichosa inspiración latente. Es así como, a través de tonadas tan sencillas en apariencia como adictivas en conclusiones, el de Boston ha influido de manera palpable en un sinfín de bandas. Una horquilla que va de The Wave Pictures a Daniel Johnston, pasando por pasando por Hefner, Mac DeMarco, Herman Düne, Violent Femmes, Bart Davenport, The Cars, The Feelies o, acercando coordenadas a nuestra geografía, Francisco Nixon.
Innumerables referencias después, su trazo sigue siendo, a día de hoy y en el presente “Only Frozen Sky Anyway”, del todo reconocible, además de catalizador de ese tipo de alegría específica que genera el reencuentro con un sonido del todo conocido. La peculiar manera de manejar la guitarra del músico y su apesadumbrada ejecución vocal (poseedora también de un sanador halo de luz) vuelven a erguirse como principales protagonistas, concretando un álbum que luce como santo y seña del norteamericano a través de “I Was Just A Piece Of Frozen Sky Anyway”, “That Older Girl” o “Night Fever” (versión de uno de los mayores hits de Bee Gees llevada, por supuesto, a su terreno) y dentro de un lote en el que Richman vuelve a juguetear con el castellano en ese ramalazo flamenco que es “Se Va Pa'volver”.
“Only Frozen Sky Anyway” es, sin más (y al mismo tiempo sin atisbo de desprecio), la enésima muesca en el revolver de Richman. Una entrega que, a lo largo de sus doce piezas, oferta escasa (o nula) sorpresa, pero que, a cambio, cumple una vez más con la presupuesta confluencia de caminos entre el músico y sus fieles seguidores. Un libro de estilo en toda regla propiedad exclusiva de Jonathan Richman, uno de los antihéroes más incontestables y queridos de la historia de la música pop, convertido (quizá contra todo pronóstico) en mito.
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