Después de aquel ejercicio de petardeo pop que
supuso “Pulpo negro”, Pedro Marín resurge de sus cenizas con una
reinterpretación del rimmel y las plataformas que antaño Bowie (o mejor
dicho Ziggy Stardust) lució durante la invasión glam británica. Dejando
a un lado la electrónica y las bases pseudo-poligoneras, Marín cuenta
en su tercera resurrección (desde que volviera a los escenarios en
2004) con un tándem de músicos (entre los que se encuentra Jordi
Busquets, guitarrista de Miqui Puig, o Eric Jiménez, batería de Los
Planetas y Lagartija Nick) que adquieren el dificultoso cometido de
perfilar las carencias vocales del intérprete de aquella reliquia de
“Aire”. Con la colaboración de Arianna Puello en “El influjo de la
luna/Angeldust”, el álbum rompe ciertamente con los estereotipos que
esconden su figura. El positivismo a base de distorsiones del punto de
partida que supone “El día después” o los falsetes inaudibles de
“Rock’n’Roll Stars”, adquieren una nueva dimensión en la mayor baza del
álbum, “Voy a ser yo”, y en un puñado de temas de lo más adictivos que,
con el paso de los minutos, demuestran que Marín, por fin, ha
encontrado el buen camino sin perder un ápice de su dignidad.
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