Con una mano en el manual y la otra en el piloto automático se me antoja una frase perfecta para definir no sólo el disco de los Datsuns, si no el del noventa y nueve por ciento de las bandas de punk rock garagero surgido en los últimos diez años.
Y es que el estilo es tan limitado que lo único que consigue es que los riffs se vayan reiterando a lo largo de los años una y otra vez, en una suerte de repetición cíclica que sólo tiene de interesante el desenfreno juvenil y el toque cafre o freaky que le puedas imprimir a tu estilo. The Datsuns no tienen mucho de cafres, más bien son uno de esos combos que se lo toma muy en serio, en busca de un sonido profesional y lustroso. Lo consiguen sí, pero no aportan nada que no se haya escrito antes con mayor acierto. Son de fiar, son certeros y su autenticidad está aprueba de toda duda, pero personalmente añoro el sonido de su primer disco, descaradamente más escorado al hard rock de los setenta, terreno en el que podrían habe rexplotado muchos más matices e incluso melodías que los metieran en la órbita de Wolfmother y los alejaran de la simpleza del “hey ho, let’s go”.
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