Hay algo que no encaja en el disco de Kingfishr. Algo que chirría desde el principio del álbum y continúa latiendo cual molesto ruido blanco a lo largo de los más de cincuenta minutos que conforman este “Halcyon”. Una cadencia materializada en forma de exceso de azúcar y, sobre todo, una marcadísima sobreproducción que echa por tierra buena parte de credibilidad de las canciones y, por ende, de la propia personalidad artística de la banda.
La formación irlandesa entremezcla folk, pop, country, rock y música de raíces, amparada siempre por eso que el grupo parece haber entendido como generosísimo colchón de seguridad, interpretable también como envoltorio meloso y convenientemente adaptado para todos los públicos. Una sonoridad con forma de impostada amabilidad extrema que, en la práctica, resulta un lastre difícil de tragar.
Aumenta así el peso plomizo de unos temas que, imaginados fuera de esa nebulosa y ataviados con la potencia vocal del también guitarrista Eddie Keogh, podrían incluso llegar a intuirse inspirados. Composiciones con potencial pero que, en manos del productor de turno, quedan a la deriva, incapaces de superar el escollo y bañadas en accesibilidad extrema.
El debut en estudio de Kingfishr es un cúmulo de excesos y un ejemplo de cómo un error de medida puede echar por tierra la presumible pegada de un conjunto de canciones quizá realistas y honestas en origen. “Halcyon” es, en definitiva, un disco excesivamente previsible, diseñado para resonar en estadios con las linternas de los móviles luciendo en todo lo alto, y que se empeña en desatar en el oyente lo que sería un cúmulo de emociones fáciles y preconcebidas.
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