Getting Killed
DiscosGeese

Getting Killed

8 / 10
Carlos Pérez de Ziriza — 26-09-2025
Empresa — Partisan/[PIAS]
Género — Post punk

El caos controlado. La supresión de cualquier línea recta. El adiós a cualquier atisbo de ortodoxia post punk. La elección de su propia aventura. Sepultados definitivamente el cartabón y la escuadra, quedan los renglones curvados. ¿Quieres saber cómo suena un cruce inverosímil entre Talking Heads, Vampire Weekend y Radiohead? Pues ahí tienes el tema titular. Ya lo avisaba Cameron Winter con su álbum en solitario. Su dicción, entre somnolienta y beoda, se alinea de forma inequívoca con cualquier música popular torcida que puedas imaginar: el free jazz, el progresivo desquiciado, la americana obtusa, el colectivo Elephant 6. Si sumas a la ecuación que coproduce Kenneth Bloom (Idles y FKA twigs lucen en su currículo sin pelearse) en Los Ángeles y que el libertino sello Partisan sigue siendo su genuino hogar, se entiende todo mucho mejor. Aunque no haga falta para disfrutarlo.

El tercer álbum de Geese le planta un sensacional cruce de mangas a cualquier normatividad previsible. Es el gran salto adelante que esperaban sus devotos. Se permiten acabar las canciones como les rota. O como consideran ellas mismas, que para algo se les desmandan. ¿No te das cuenta de que tienen vida propia? The Band, Pavement y The Smile podrían haberse juntado en una jam inverosímil para componer “100 Horses”. Cuando escucho “Cobra” me vienen a la cabeza las texturas rugosas de los nunca suficientemente ponderados Gomez. “Bow Down” no tiene nada que ver con la maravilla homónima de los Housemartins, pero revela un nosequé en su concepción del ritmo que recuerda al “Long Train Running” de los Doobie Brothers sin que te quede claro si se han inspirado en el funk o en el afrobeat: no deja de tener su mérito.

El cuarteto neoyorquino te convence de que “Husbands” pertenece al abultadísimo capítulo de canciones de Tom Waits que no son de Tom Waits hasta que, pasado su ecuador, te hacen la cobra con un desparrame de coros y ritmos entrecruzados que te descoloca. Rezuman una serena espiritualidad que tiene algo de la vibra del gospel en “Half Real”, en la afrancesada “Au Pays Du Cocaine” (que remite a Gainsbourg hasta que descarrila) y en la soberbia “Taxes”, que a partir del minuto y medio emite un tintineo de guitarras absolutamente contagioso: por algo fue adelanto. Y cuando crees que el cierre, “Long Island City Here I Come”, es un refrito de los primeros Arcade Fire, se explayan con una orgía de prog rock que te deja con el culo torcido y con ganas de más. De volver a darle al play, claro. Y desentrañar si son unos estafadores o unos genios. Si de verdad te matan o los matas. Queda en tus manos.

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