El fenómeno es sobradamente conocido y se remonta a los tiempos en los que se empezó a apuntalar la industria musical. Me refiero a la necesidad de ir forjando un interés mediático sobre un artista o banda a la que de repente todo el mundo parece prestarle una atención desmedida. Una estrategia que las revistas inglesas inventaron cuando tenían poder para hacerlo y que desde hace más de tres lustros se ha trasladado al ciberespacio.
Para ello, y para llamar la atención de todos y todas es imprescindible la hipérbole. Destacar de forma exagerada las cualidades del grupo elegido que, por algún u otro motivo, ha provocado que le iluminen los focos a ellos sí y a otros no. A bote pronto, y sin necesidad de echar mano de hemeroteca, me estoy acordando a modo de ejemplo de los casos de Wet Leg, The Last Dinner Party o unos Superorganism de los que ya no se acuerda ni el tato. Lo cual evidencia que la jugada no siempre finaliza bien.
Pues bien, este verano le ha tocado la loto a este trío de jóvenes australianas que se han convertido en el centro de la diana de los medios ingleses por diferentes motivos. El primero, y también el que resulta más obvio, es el nombre que han elegido para su propuesta. Es poner la palabra “Bitch” y todavía se genera, a estas alturas de la jugada, una curiosidad mayor que con cualquier otro vocablo.
Lo segundo que llama la atención es que estas tres chicas resultan bastante adorables, tanto por su aspecto físico, como por cómo empastan sus voces creando unas armonías de lo más clásicas. Y, además, lo hacen cantando sobre temas tan eternos a la par que manidos como la confusión e inseguridad que provoca la pérdida y el desamor. Y todo ello sobre un colchón muy minimalista en el que se suelen bastar con una guitarra acústica apuntalada por los punteos de una eléctrica y poco más. Un menos es más en toda regla que se inspira en artistas como Julia Jacklin, Angel Olsen, Sharon Van Etten, Cate Le Bon, Aldous Harding o Courtney Barnet. Referentes que ellas mismas han destacado a lo largo de las entrevistas que les están dedicando por la salida de este disco de debut.
Sin embargo, y para acabar de redondear la jugada, el trío debería haberse acompañado de un tercer puntal que se me antoja el más importante de todos: el de las canciones memorables. Y es ahí donde flojean bastante. Si bien es verdad que hay un par de temas como “God’s A Different Sword” o “The Actor” -este acompañado de un vídeo en el que no le hacen ascos a cierta autoparodia- que son bastante reseñables, lo cierto es que el álbum, escuchado en su totalidad, acaba por naufragar por redundar en exceso en un tono entre apocado y sedoso nada destacable. Dos destellos que no evitan que la totalidad pueda provocar algún que otro bostezo por lo redundante de sus formas. Y es que si me pongo malicioso me da por pensar que cualquier tema de Laura Marling o Gillian Welch resulta más interesante que todo el álbum de este trio de Melbourne.
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