Hay grupos de gasolina y otros diesel. Grupos de explosión inmediata y otros de lentitud y paisaje. Zola es de esta última estirpe, por la demora en publicar su segunda entrega y por la languidez que traspasa sus producciones.
Canciones que en aparente linealidad están llenas de destellos de color y de relieve. Como el paisaje. A la intimidad de su primer álbum, pues, y a la soberbia delicadeza de unas letras que indagan en la emoción de los detalles, se suma ahora un acabado lleno de matices y sorpresas. Cinematográfico, al fin y al cabo, por lo que tiene de subrayado de imágenes. Recodos de aire jazzy, sutiles brisas a lo Burt Bacharach, arquitectura folk, paseos a lo Henry Mancini; todo esto hace que “En la oscuridad” sea ya un ejercicio clásico por lo que tiene de crisol de la música del siglo XX. Y, sobre todo, porque los arreglos no tapan, como suele suceder, el bosque de las grandes canciones. Desde ese luminoso pop de “Closingtown” hasta la elegancia british de “Teagarden” o la suavidad de bolero en “De corazones y hormigas”, asistimos acodados desde una ventana al discurrir de un disco delicioso y vital, porque vital también es sentir lento el corazón, porque también tienen vida los paisajes.
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