Es un alivio ver que, lejos de terminar a los veintidós, a los treintaitrés o a los cuarenta y siete, como acostumbra a anunciar segmentariamente el mercado, la vida sigue mucho más allá. Y que, aunque esas etapas pasadas hayan sido muy exitosas, no hay por qué quedarse anclado en ellas.
Uno puede detenerse, pero, si lo decide, que sea para maravillarse de lo rápido que pasa el tiempo, ¡para celebrar! David Byrne, a sus setenta y tres años es, sin duda, de los que no se han ensimismado con su pasado más que un suspiro.
Es muy meritorio que al ex líder de los Talking Heads, a los que, por cierto, ha dado por muertos e irresucitables efusivamente durante la promoción de su nuevo disco, con tantos tiros pegados, no sólo le quedan ganas de experimentar, sino de reírse de sí mismo. Y de paso, de nosotros. La broma no siempre tiene un remate soberbio. Pero es imposible afearle las gracias.
“Who Is The Sky?” abre con fuerza, seguramente la primera es la mejor, “Everybody Laughs”. No hay nadie que suene tan reluciente después de haber compuesto discos seminales en casi cada década. Las que mejor funcionan son las que se acercan a Sparks (“My Apartment Is My Friend”) o a Bowie (“She Explains To Me”). Todo el álbum trabaja el costumbrismo para crear ingeniosas paradojas, por ejemplo, el microcuento, “A Door Called No”.
Su intento por vivir en presente y no repetirse, claro, le llega a pasar factura en algunos momentos. No todo el disco mantiene la magia: “The Avant Garde” roza la patochada. Esta colaboración con el productor Kid Harpoon y respaldado por la Ghost Train Orchestra, en la que también participan Hayley Williams, St. Vincent y Tom Skinner, es elástica, divertida, una fanfarria (“Don’t Be Like That”), pero no llega a los altares del ‘reciente’ –reciente para él, pese a tener ya casi veinte años– y brutal “Everything That Happens Will Happen Today” (08) junto a Brian Eno.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.