Para quien no tenga claro aun que Wes Borland era algo más que casi el otro cincuenta por ciento de la payasada en que acabó derivando Limp Bizkit, aquí está Black Light Burns.
O lo que es lo mismo, la redención vía industrial del espíritu metalero de Borland, de la mano de gente muy cercana a los apóstoles de Nine Inch Nails o A Perfect Circle, a saber, Danny Lohner y Josh Freese, respectivamente. Evocando directamente a “Pretty Hate Machine” se encuentra –varios peldaños por debajo, claro está- este disco de debut de lo que parece prometer más en próximas entregas, pero tampoco está lejos de divagaciones en el desierto y de cierta suciedad noventera –la moda a la vuelta de la esquina, aquí al menos aun respira credibilidad-, con temas de más que aceptable nivel de asfixia, como debe ser en estos casos. “Animal”, la más pausada “Cruel Melody” o “I Am Where It Takes Me”, ideal para una película de Darío Argento, son los nuevos hechos que separan a Borland de las compañías y caminos equivocados. Una buena razón para pensar que sigue existiendo vida inteligente en el negocio.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.