Hacer la prueba de rastrear las filias de una banda sin tener la más mínima referencia previa suele dar como resultado lo siguiente: uno llega a conclusiones, si se quiere algo precipitadas, que minutos más tarde se ven ratificadas en cuanto se le echa un somero vistazo a la jerga promocional que rodea el lanzamiento.
Y es lo que ocurre también con los neoyorquinos Asobi Seksu. Es comenzar a escucharles, testar su rítmica ágil, sus ráfagas de ruido blanco desparramado, sus melodías de etérea feminidad y sus estribillos de algodón, e irremediablemente pensar en la escena shoegazer que en su día alentaron los totémicos My Bloody Valentine. Eso sí: se nos cuenta desde su web que algunos medios digitales de crédito advierten de que ya no se conforman con mirarse a los pies, sino que más bien miran al cielo durante los cincuenta minutos que dura su segundo álbum, publicado en Estados Unidos el pasado año y recién editado en Europa. Y la verdad es que tampoco es cuestión de exagerar demasiado: muy poco de lo que aquí aportan es novedoso, lo que aun así no es obstáculo para reconocerles su oficio, su exotismo (la hechizante voz de Yuki), su facilidad para recrear densos muros de sonido -cortesía de la guitarra de James Hanna- y su capacidad para tejer motivos melódicos ensoñadores. Una banda a retener junto a otros solventes ejercientes de estilo como el de los noruegos Serena Maneesh.
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