El cuarto álbum de la banda de Glasgow apela a una mayor concreción compositiva para ampliar su radio de acción. Difícil empeño, de cualquier forma, ya que este nuevo largo seguramente convencerá a los ya adeptos pero no disipará la indiferencia de quienes siguen viendo en la suya una propuesta formalmente atractiva (la pulcritud de sus arreglos de cuerda, la dulzura en la voz de Stuart Niccol) pero carente de energía y chispa en el fondo.
Ese creciente deseo de inmediatez y accesibilidad (puede que debido en parte a la producción del batería Marcus McKay; esta vez todo queda en casa) quizá se aprecie en el dinamismo de “Hell´s Dark Hall”, la melodía de “Nyung” (cercana a una amargura descendiente de los New Order de los ochenta y lindante con el espíritu de los recientes Piano Magic), la canónica “Never Be The Same” (como unos Teenage Fanclub al ralentí) o la serpenteante inquietud de “So Called Beau”. El resto se debate entre instrumentales (“What Voltage Is The Moon”), sus habituales tonalidades pastoriles (“Ganeesha”), loas al norte español (“Galicia”) y un cierre en forma de toma acústica de la que, posiblemente, sigue siendo la composición que mejor les define, “Stargazer”. En todo caso, es de agradecer la voluntad de crecimiento que aquí esgrimen.
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