“POSTINDUSTRIAL HOMETOWN BLUES” (24), el debut formal de Joe Hicklin y Callum Moloney, pasó injustamente inadvertido por el hit parade de 2024, mientras los medios le hacían ojitos a otros de sus contemporáneos más ruidosos (que si Yard Act, que si Fontaines D.C., que si Fat Dog, que si Deadletter...).
Cansados de esperar su momento, los chicos de Big Special han decidido generar el murmullo por sí mismos, y sin absoluto previo aviso nos han entregado en los primeros compases de julio su segundo disco, “NATIONAL AVERAGE.” (25). Sobre el papel, el nuevo trabajo de la dupla británica evidencia un afán continuista que busca conservar la visceralidad poética de su primer proyecto y su capacidad para enhebrar géneros imposibles (del post-punk al blues, pasando por el grime); pero si profundizamos en la técnica y la factura de este segundo envite, veremos que sus responsables también huyen del conformismo y tiran de expansión y despliegue.
Lo dicen ellos mismos en su comunicado promocional y así lo constatamos desde el principio. Tanto el continente como el contenido están marcados por el cambio y el reto de mantener viva la chispa de su integridad ante el peso de la ambición. Una narrativa no precisamente prosaica, pero que los propios Hicklin y Moloney aligeran añadiéndole las dosis de groove y ritmo que le faltaron en su día a la fórmula del primer LP. El minimalismo de estos crece sin delirios de grandeza y mantienen los pies en el arraigo, prueba de ello es la efectiva “GOD SAVE THE PONY”, donde renuevan su tragicomedia habitual a golpe de funky crudo.
También su ingenio lírico ha ganado enteros, ya bien sea retorciendo su distintivo spoken word sobre bases rítmicas hasta convertir una reflexión en puro groove hablado (“THE MESS”), como inundando de sátira su métrica urbana (“We use ‘fuck’s for commas, to make everything sad sound fucking funny”, cantan en “PROFESSIONALS”) o abrazando la vulnerabilidad y la autocrítica más demoledora (“You are a fucking messy meat lump, crawling up a hill or falling down one”, les escuchamos en “HUG A BASTARD”).
Y es que la confianza que les da haberse ganado progresivamente un hueco en la comunidad punk parece haberles servido, además de para seguir ruborizando al capitalismo (“Exposure don’t pay and you can’t eat art”) desde la conciencia obrera (“YES BOSS”), también para desatar sus versos más confesionales y autoconscientes (sirva como ejemplo el existencialista blues sintético de “THIN HORSES”, a pachas con Rachel Goswell de Slowdive, que cierra en redondo la propuesta).
Disco de contrastes y extremos que viaja de la carcajada a la lágrima como señal y prueba de la transición experimentada en las vidas personales sus abajo firmantes, quienes juegan al despiste constante sin perder solvencia ni cohesión. Cadencia, chascarrillo y reflexión en un cancionero de punk inteligente que va a más.
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