IV
DiscosBig Bob Railroad

IV

8 / 10
Kepa Arbizu — 16-10-2025
Empresa — Autoeditado
Género — Blues

Cuando el escritor francés André Malraux sentenciaba que la tradición no se hereda, sino que se conquista, no hacía otra cosa que enunciar la capacidad de cada individuo para decidir si sus aprendizajes se convierten en una losa apática o se encaran con la determinación de aglutinar saberes que ayuden a su propia evolución. No parece difícil intuir que la elección de este dúo donostiarra, que sale al encuentro de la más vetusta y primigenia ascendencia rítmica afroamericana, ha consistido precisamente en situar su hogar artístico allí de donde provenían los cánticos que lograban erizar su piel, por muy alejados que estuvieran de sus coordenadas geográficas y temporales. Un efecto llamada entonado por esa vieja estirpe de guitarristas y compositores que utilizaban acordes y armonías como ejercicio para enfrentar sus miserias, un escenario convertido en el hábitat natural de esta formación que no solo comparte casi idéntico nombre con el tema de Grateful Dead, “Big Railroad Blues”, sino que como en su contenido, también desoye los rectos consejos asumiendo ser hijos legítimos de esa “maldición” que lleva a pactar con el diablo a cambio de hallar la pericia instrumental.

Aitor Ibarguren y Josu Etxeberria, integrantes del proyecto, firman así un nuevo trabajo que su propio título, “IV”, revela al mismo tiempo el episodio en el que nos encontramos de su carrera y el número de canciones incluidas en él. Una trayectoria, otra vez respaldada en este álbum por la producción de Unai de Andrés, que, aunque sostenida por pequeños pasos en cuanto a extensión se refiere, resuena con la suficiente envergadura como para situarles en un espacio especialmente privilegiado. Un derecho adquirido principalmente por una aplastante naturalidad a la hora de absorber aquellas lecciones dispuestas en viejos discos de pizarra, tanto es así, que dicho parentesco es comunicado al mundo a través de su idioma natal, haciéndonos dudar de si no existirán grabaciones inéditas captadas por Alan Lomax donde se demuestre que en el Delta del Mississippi también se llegó a hablar euskera.

Pero ese intachable manejo del género ya demostrado en sus tres pretéritos discos, en el actual adquiere un clima incluso más envolvente, situando su radio de acción predilecto en unas tonalidades oscuras y profundas. Un recorrido subterráneo que se inaugura con una “Mugi Gaitezen” que se contonea con una cadencia boogie, efectuando de correa de transmisión de lo sembrado a lo largo del calendario por Lightnin' Hopkins, John Lee Hooker o Scott H. Biram, sostenida por la serpenteante slide y una voz cavernosa, que dado el lenguaje de su habla también puede remitir a Jon Gurrutxaga o Petti, convertida en una interpelación a abandonar el lánguido camino impuesto por la rutina. Directrices, desarrolladas con mayor contención y acercándose más a una puesta en escena minimalista, rectoras igualmente de “Begiraden”, un acercamiento a la liberticida lápida que significa la presión social. Retratos sonoros que pese a sus influencias musicales en blanco y negro reclaman no caer supeditados al tedioso gris impuesto. Y es que cuando el pasado sirve para instruir al presente, entonces con toda probabilidad será también una herramienta válida para creer en otro futuro.

Como si de una frontera imaginaria se tratase, atravesar la mitad de este reducido repertorio nos conduce a una interpretación más desinhibida y heterodoxa. Una sensación que podría llevar a equívocos al contemplar la primera y desértica parte de “Orbanak”, fotografía del mapa de cicatrices con el que todos cargamos que terminará por desembocar en repuntes desgarradores, testimonio inapelable del todavía supurar de las heridas. Será el vivaz movimiento de dedos sobre las cuerdas contenido en “Egin Lo” el que nos indique que la última parada de esta ruta tiene como destino Chicago, arrastrando su “bostezo” existencial bajo la mirada atenta de Muddy Waters, uno de los muchos nombres clásicos que podrían esgrimirse como espectadores simbólicos de un trabajo al que con seguridad dedicarían una complaciente sonrisa, sabedores de que su legado está en perfectas manos.

“IV” tiene muchos méritos, y quizás todos ellos alcancen todavía mayor enjundia al quedar demostrado que solo dos personas y cuatro canciones son suficientes para desplegar un universo de sensaciones. Tan apegados como estamos en la actualidad a la inmediatez y al despliegue cuantitativo, poco más de diez minutos dedicados a ensalzar ritmos concebidos hace casi un siglo logran invocar el mayor don con el que cuenta la música, el de convertirnos en emocionados protagonistas de tiempos y lugares imposibles de alcanzar de cualquier otro modo. Y es que Big Bob Railroad han logrado convencernos de que esta pequeña parte del Cantábrico también está plagada de campos de algodón desde los que entonan melodías un coro de almas errantes.

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