Loner

DiscosBarry Can’t Swim

Loner


8 / 10
Fran González — 22-07-2025
Empresa — Ninja Tune
Género — Electrónica

Es innegable que la pandemia sirvió como lanzadera directa para que numerosos proyectos unipersonales, especialmente enfocados en la electrónica, encontraran alas para desarrollar esas ideas que llevaban años en un cajón. Un espaldarazo que esta nueva generación de productores ha aprovechado para elevar su propuesta individual a la categoría de acto multitudinario con inusitada celeridad, evolucionando personal y profesionalmente al candor de una circunstancia excepcional. Tal vez por ello artistas como el escocés Joshua Spence Mainnie consideren el cambio como un motor de vida natural, y sea esta y no otra la razón por la que su nuevo disco, “Loner” (25), arranque precisamente con una oda al mismo, a través de unos versos automatizados: “Change, there’s nothing permanent except change”.

Mainnie, metido en la piel de Barry Can’t Swim, renueva los votos de su alter ego con un segundo disco desde la confianza y la competencia que le da haberse hecho un hueco en la escena a golpe de reconocimiento y figuración. En los últimos dos años no solo le hemos visto formando parte de todos los grandes festivales del globo, sino también colándose en las shortlists de los galardones con más enjundia de la industria (como los Mercury Prize o los BRIT Awards). Motivo que quizás explique este renovado arrojo suyo por formular una propuesta más personal, orientando la narrativa y finalidad del relato a capturar las experiencias que ha vivido desde que su proyecto se ha internacionalizado tanto.

Una foto fija llena de momentos, lugares y protagonistas que, según el escocés, conforman la expresión más auténtica de sí mismo. Y es que Barry quizás no sepa nadar, pero lo que sí sabe es que los años de aquella electrónica impersonal y aséptica han quedado muy atrás. De ahí que tengamos pistas deliberadamente tituladas con retintín nostálgico (“All My Friends”, “Childhood”), o que cuando menos lo esperemos nos calce un desgarrador tramo en spoken word con el que sea imposible no emocionarse (“What kisses will you remember when you take your last breath?”, escuchamos a Séamus sobre un lecho atmosférico en “Machine Noise for a Quiet Daydream”).

No hay puntada sin hilo a lo largo de sus 12 cortes, y en honor a su ambicioso abc, tampoco podían faltar en esta ecuación la fusión de estilos ni su absoluta falta de límites creativos. Una habilidad ya expuesta en su debut “When Will We Land?” (23) y recuperada aquí entre cabriolas que van del techno minimalista (“Different”) al soul añejo sampleado (“Cars Pass By Like Childhood Sweethearts”), pasando por su vis más exótica (“Kimpton”) y comercial (“Still Riding”, con sample juguetón de Kali Uchis mediante) hasta desembocar en un inesperado delta preciosista y orquestal que nos recuerda el talento que se oculta tras la mesa de mezclas (“Wandering Mt. Moon”). Mucha mano diestra hay que tener, de hecho, para que este encaje de bolillos imposibles (góspel, acid house, jazz, ambient, voces ajenas…) no salga rana y suene, además, con tanta pulcritud y coherencia.

Barry y Joshua / Joshua y Barry (tanto monta, monta tanto) podrían haberse limitado a entregarnos un disco sin más ambición que la de firmar una efectiva banda sonora estival. Además de conseguirlo con creces, el escocés no escatima en sumar con sutilidad dosis de introspección a la fórmula, tan propias y privadas (“The Person You’d Like To Be”) como extrapolables a la masa (“About To Begin”), componiendo así una terapia subida de bpms donde personaje y persona se reconcilian para beneficio y fortuna de todos.

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