Si el pasado mes de marzo escribía sobre lo que había supuesto para Jason Isbell la edición de “Foxes In The Snow”, disco al que calificaba como el de la gran hostia, ahora le toca el turno a la respuesta protagonizada por su ex. Y si bien es verdad que discos de divorcios hay muchos, no es tan habitual que ambos cónyuges sean músicos y aprovechen sus trabajos para mostrar al mundo que en una ruptura nadie tiene razón del todo, y que a todos y todas les sobran motivos para haber emprendido el difícil camino de la separación, hijos mediante.
Además, si lo analizamos desde un punto de vista bastante egoísta, hemos de reconocer que ambos discos tienen, en su descarnada realidad, una belleza abrumadora de la que hemos salido beneficiados como oyentes. Curioso que del exorcismo de las desgracias ajenas, podamos encontrar cierto deleite. Es algo que, si se piensa demasiado, genera hasta cierto pudor, por no decir vergüenza. Pero ¿qué sería del arte si no se expusieran el dolor y el reproche a la vista de todo el mundo? ¿Cuántas grandes obras nos hubiéramos perdido?
Dicho todo esto, "Nobody’s Girl” es un disco que empieza de forma estupenda, con la voz cristalina y aguda de Amanda Shires sobrecogiendo en canciones que aúnan una gran ternura (“Maybe I”) con otras de profundo tono confesional (“A Way It Goes”). El problema viene cuando ese tono entre apocado y solemne se mantiene demasiado (“The Details”, “Living”) y al tardar algo en romperse, empieza uno a temer que vaya a ser la tónica general del disco y que se convierta en un plañidero ladrillo.
Menos mal que, cuando alcanzamos casi su ecuador, nos damos de bruces con su mejor tema. Una escalofriante “Lose It For A While” que empieza igual de crepuscular que el resto, pero que va virando en su ligero crescendo hacia una pieza psicodélica de gran calado. Una de las mejores composiciones que le recuerdo a la texana. Y es a partir de aquí que empieza la fiesta. “Piece Of Mind” coge una volada rock que nos despierta del letargo y que recuerda invariablemente a Fleetwood Mac. Le sigue “Streetlights and Stars” una preciosa balada a ritmo de vals que, no por resultar algo manida, logra conmoverte menos. Y si bien es verdad que al disco le sobra algún que otro tema redundantemente lento (“Friend Zone”, “Can’t Hole You Breath” ) la cosa se compensa con algo de trote (“Strange Dreams”) y un cierre de piano, voz, más excelentes arreglos de cuerda, de gran altura (“Not Feeling Anything”).
Podríamos decir, por tanto, que el octavo disco de Amanda Shires es, más allá de otro disco de ruptura, un álbum al que le sobran canciones tristes y que rinde mucho mejor cuando coge un puntito de mala baba. Un disco al que le hubiera sentado mucho mejor abandonar esos lugares comunes tantas veces visitados por los y las cantautoras sureñas con el corazón roto. Evidencia que no está reñida con el hecho de alcanzar un nivel lírico notable, repleto de metáforas muy bellas que auguran una nueva etapa muy madura de una mujer que, copa en mano, se negó a quedar eclipsada por la larga sombra de su sobrio exmarido.
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