Convertidos desde hace años en habituales agitadores del calendario musical vasco, gracias sobre todo, aunque no en exclusividad, al festival que lleva su nombre, sin embargo no hay que olvidar ni obviar que la asociación The Walk On Project tiene como sus máximos y trascendentales objetivos divulgar y promocionar investigaciones entorno a las enfermedades neurodegenerativas. Bajo esa premisa, la edición de este año, manteniendo esa condición itinerante por diversas salas, recaló en la Stage Live, un recinto que dicho de paso presentó una modesta entrada, un inmerecido resultado teniendo en cuenta las muy atractivas tres propuestas que albergaba el cartel pero sobre todo conocedores de que en este caso la audiencia es sinónimo de aupar la encomiable tarea desplegada por este proyecto. Durante un fin de semana repleto de actividades celebradas por dicha asociación, su manifestación sonora fue la primera cita de un itinerario que acabaría con el desembarco habitual de sus característicos patitos de goma sobre la Ría de Bilbao, unos entrañables seres que, por lo visto el viernes, han sido amamantados por el más talentoso y contundente rock and roll.
Los primeros en asaltar las tablas, y es que ese bélico término es el más exacto para su imponente y rotunda puesta en escena, fue la banda zaragozana The Kleejoss Band. Reconvertidos en trío, dicha disposición propicia que su arraigo sureño concebido bajo el fornido esqueleto proporcionado por las texturas “noventeras” resulte todavía más orgánico e impactante. La agilidad y destreza en la guitarra, y en las cuerdas vocales, de Luis Kleiser. encabeza una formación que, teniendo como última referencia “Live X”, el disco en directo conmemorativo de sus diez años de andadura, focalizó sus envites hacia aquellas composiciones pertenecientes a su actual etapa, donde el castellano se ha convertido en su lengua “materna” además de permitir abrir un horizonte especialmente melódico en el alcance de sus temas.
Unas virtudes que les permite recoger con perfección la doctrina canónica asociado a estos géneros, desde la estiloso corpulencia de “Norte y Sur” a la absorción de un trote boogie desplegado sobre una envalentonada faceta funk, propia de Los Deltonos, en “Cómo hemos llegado hasta aquí”, o recurriendo a su expresividad más rocosa, alimento de “Afortunado”. Musculatura suspendida entre ardientes riffs y bases rítmicas trepidantes que sin embargo también resultan sobradamente eficaces cuando buscan el amparo de una pegadiza inmediatez, valga como ejemplo la enérgica “Ladrar o morder”, convertida en una de las indispensables para el público. Cualidades todas ellas conjugadas, en el tramo final de la actuación, también en inglés, donde “Desert Blues”, primera pieza escrita por la banda, sigue siendo un apabullante y estremecedor maridaje entre el blues y el stoner mientras que “Shine On” representa el efectivo resultado de un vigoroso rock and roll. Una década condensada en escasos sesenta minutos que ejercieron como demostración de que la potencia cuando se alía con el sentimiento es capaz de ofrecer resultados tan sobresalientes como los mostrados por la banda maña.

El relevo tomado por King Sapo (foto de encabezado) en el escenario significó también, a su manera, recibir el testigo de esa parte más aguerrida y que remite al tránsito musical entre siglos, donde el grunge o el Nu metal se erguían como una sonora detonación del rock clásico. Una demostración encarnada ya por la inaugural “Hasta nunca”, que no es extraño que, debido a sus resonancias, en su último disco, el extraordinario “El Dios de América”, venga avalada por la voz de Tarque. Aunque todavía solapado, ya había pistas de que la formación no iba a desprenderse de un ingrediente psicodélico que sin embargo no interrumpió la línea directa establecida por el aplastante tema homónimo de su más reciente álbum o la no menos determinante -aunque procedente de “Sexo en Marte”- “Desorden”, tocada por un arrebato punk que se instaló también en una “Hombre humo” que contó con su interludio a capella. Los dibujos arabescos alojados en “Alguien como tú”, las instantáneas épicas reveladas entre lo acústico y lo eléctrico por “Temporal” o “Tren en una postal” e incluso los ademanes heredados de Led Zeppelin o Black Sabbath perceptibles en “Afrodita Blues” encontraron su desembocadura en la epopéyica “Libre”. La banda madrileña consiguió así ofrecernos un retrato fidedigno de ese territorio en el que habitan, donde tierra y cielo conviven en un mismo espacio para acabar fundidos en un fuego etéreo.
Lejos de cualquier ensimismación, y optando por su inapelable alegato visceral y lúdico, The Bo Derek’s oficiaron como encargados del fin de fiesta, un título que nadie puede ostentar con mayor mérito que el trío gallego, un huracanado engranaje que reclama con virulencia su herencia con el rock and roll clásico, ya sea en forma de linaje inmediato o pasado por las turbulencias de años posteriores. Carentes de remilgos, ni en forma ni en fondo, valga como ejemplo su inicio, que es también el de su último trabajo (“Working Class R'n'R”), “Tanto gilipollas (y tan pocas balas)” o su salmo “¡Viva Cristo, me cago en Dios! “, su andamiaje inspiracional no deja tampoco lugar a dudas: el afilado rhythm and blues de Dr. Feelgood en la vírica “ETS's en el corazón”, los riffs “stonianos” depositados en “Hiroshima” o el nervio “negro” de Mermelada con el que respira “Godzilla vs Kong”, delatan y exaltan la condición de sus vibrantes ritmos. Y si expeditiva es la naturaleza de sus canciones, no lo fueron menos las locuciones de Oscar Avendaño, que su reivindicación, en consonancia con el título de su actual trabajo, del proletariado musical derivó con toda lógica en el apoyo a Palestina y en la “dedicatoria” a ese pasaje de los horrores de la política actual que representa Ayuso. Entre tonadas de luminoso soul, donde el respetable ejerció de sección de metales improvisada en “Sal los jueves”, o la juguetona “Más rápido que tú”, la jadeante versión de “Get On”, original de la banda finesa The Hurriganes, finiquitaba una actuación, y una jornada, alentando ese jolgorio que solo el buen rock and roll, y el que factura este grupo es magnífico, sabe generar para recordarnos quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde deberíamos ir.

Despachados con prisas de la sala, el público se dirigía a la salida todavía con los pies reclamando más baile, que así es cómo deben terminar después de tres excelentes capítulos de otras tantas formas de entender la furia musical. Pero tras el relajo de esa inmediata secuela, conviene no olvidar que una noche como la del viernes fue posible, y sobre todo tiene su razón de ser, por el denodado esfuerzo de una asociación que en el día a día, desnudo de focos, micrófonos o guitarras, se bate en duelo con el fin de lograr pequeños, pero trascendentes, puñados de esperanza que entregar a quienes nacen escasos de ella. Y es que el idioma del rock and roll, bajo su atronadora dicción, también puede cobijar una mano tendida que convierta su música, y la de los demás, en una melodía mucho más digna de ser entonada.
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