El grupo vasco transformó la Sala BBK en un espacio de celebración y memoria con un repertorio amplio, escenografía evocadora y una energía que osciló entre la oscuridad y la redención. La propuesta era ambiciosa desde el inicio: Pi L.T. no llegaba a Bilbao para repetir la fórmula de siempre. En el marco de Tracking Bilbao 2025 —ese festival híbrido que cada año desdibuja las fronteras entre música, cine y nuevas expresiones artísticas—, la banda vasca planteó un concierto especial en la Sala BBK. Canciones rescatadas del baúl, visuales teatrales y una estructura pensada para dialogar con su propia historia. No era un greatest hits al uso, sino una relectura consciente de su trayectoria.
Desde "ITSUTUKO NAIZ", el arranque fue contundente pero contenido, como si la banda calibrara el momento justo para explotar. Esa explosión llegó con "HOTZEZ MINDUTA", cuando el público respondió con el primer estallido de complicidad. A partir de ahí, el setlist se movió con libertad entre épocas: "ERRAUTSAK" y "BETIRAKO AMESKAITZA" desplegaron atmósferas densas, casi opresivas, con los teclados de Aitor dibujando paisajes cinematográficos. "ERREPARATZEN" funcionó como respiro luminoso, un parpadeo de esperanza en medio de la crudeza emocional que atravesaba el repertorio.
La escenografía acompañó sin imponerse: telas rectangulares suspendidas, dispuestas de forma aparentemente aleatoria, servían como pantallas donde se proyectaban rostros de los músicos o formas geométricas cambiantes. Penumbras, golpes de luz, rojos intensos. Un recurso sencillo pero efectivo que añadió capas de significado visual al ritual sonoro. Con "KATUARENA", la banda bajó revoluciones para explorar una versión más reposada, instrumental, donde las estructuras se abrieron y el grupo experimentó con sus propios límites. Pero la calma duró poco: "RUNAWAY" recuperó la agresividad de sus primeros trabajos, esa crudeza explícita que sigue latiendo bajo las capas de sofisticación acumuladas con los años. La electrónica volvió a primer plano en "...TA BETI GRISES...", con bases predominantes y proyecciones rojas simulando lágrimas que caían tras el escenario. Un momento intenso, casi catártico.
El recorrido por su discografía fue generoso: "IRANAGAREN BILA" desplegó su melancolía característica, "GARAI HONETAN" apostó por el pop-rock con tintes sintéticos, y "ZULOA" estrechó la complicidad con un público que ya cantaba sin reservas. "TUNELAK IRENTSI ARTE" y "ERRA IETATIK" revivieron viejos himnos con bombo potente y coros de sala, mientras "GAU ERO BERO BATEAN" aceleró con acordes agudos y una furia melódica que alejaba cualquier atisbo de lamento. "AUTOMATAK BEZALA" fue un golpe seco: ruido, potencia y claridad en partes iguales.

Uno de los momentos clave llegó con "3": un mantra de bajo repetido, grave, hipnótico, que movió cabezas y cuerpos en un trance colectivo. Aitor, micrófono en mano, lideraba esa suerte de ritual con un ritmo casi tribal mientras la banda formaba un círculo de electricidad sonora. Por unos minutos, la Sala BBK dejó de ser una sala de conciertos para convertirse en otra cosa: un espacio de comunión, de pulso compartido.
La recta final mantuvo la intensidad: "BIHAR" arrancó con furia casi metálica, "HIL DA JAINKOA" se acompañó de visuales densos, y "SEGUNDU BAT" mantuvo el pulso introspectivo antes del estallido final. "JO!" cerró la noche con nu-metalismos sutiles, distorsión y cuerpos en movimiento. Una explosión necesaria, coherente con todo lo anterior.
Pi L.T. no dejó pasar la oportunidad de rescatar canciones poco frecuentes, reapropiarse de ellas y devolverlas al público con nueva energía y sentido. No fue un ejercicio nostálgico ni una simple celebración del pasado. Fue un concierto pensado, construido con detalles, atmósferas y riesgo medido. Una noche donde la banda demostró que mirar atrás puede ser también una forma de seguir avanzando.
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