Lori Meyers estuvieron a un punto de conseguir convencer plenamente con una actuación a lo largo de la que se intuyeron ciertas maneras melódicas. Dejando a un lado las evidentes influencias que salpican su repertorio, los andaluces funcionan mejor en su largo de debut que sobre un escenario, quizás se deba a su juventud, a cierta timidez y un carácter que, de seguir por los mismos derroteros, podrán ir puliendo concierto a concierto. Mucho más suelto (infinitamente más suelto diría) se mostró John Roderick, auténtico motor de The Long Winters y un tipo que apoya su eficacia en directo en su energía primero y en su simpatía después. No cabe duda de que Michael Schorr (batería y ex Death Cab For Cutie) consigue, con su rítmica pulcra, darle un respaldo excelente al autor del agradable “When I Pretend To Fall”, pero Roderick es quien dota a la banda de vida y de frescura. Para ello exprime al máximo su garganta y maneja la guitarra sin alargar más el brazo que la manga, también bromea, insta a la audiencia a que proponga los siguientes temas a interpretar (¿qué hubiese sido de “Carparts” de no ser requerida?) o le echa narices atreviéndose a versionear –no cuenten lo de “My Sharona”- en los bises a Van Halen (“Running With The Devil”) o Madonna (“Don´t Tell Me”). Fruto de tanta espontaneidad The Long Winters obtuvieron a cambio una cálida respuesta por parte del público que propició que piezas como “Shapes”, “Cinnamon”, “The Sound Of Coming Down”, “Nora” o la rotunda “New Girl” sonasen al nivel de los grandes del pop independiente actual.
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