Quince años sin subirse al escenario de una sala pueden parecer toda una vida, pero The Homens tardaron apenas unos acordes en desentumecer cada músculo y quitarse las telarañas de encima. La banda compostelana volvió a la Sala Mardi Gras —donde no tocaban desde 2010— con esa mezcla tan suya de melodía urgente y actitud despreocupada, como si el paso del tiempo hubiese sido solo un pequeño paréntesis. En cuestión de minutos quedó a la vista lo esencial: canciones que conservan la nostalgia del temprano indie-punk gallego y, al mismo tiempo, una frescura que sigue funcionando con la misma naturalidad que entonces.
A medida que avanzaba el concierto, el público sentía cómo iban subiendo marchas y revoluciones. Ese punto entre el garage-pop luminoso y la energía casi adolescente volvía a prender con facilidad, recordándonos por qué The Homens fueron una referencia valiosa en su momento para muchas otras formaciones. Y también, dejando caer una reflexión inevitable: si esta banda hubiese nacido en esta edad dorada que vive la música gallega, con una escena fortalecida, medios atentos y un público hambriento de propuestas propias, probablemente estarían surfeando la cresta de la ola junto a los nombres más visibles de la actualidad.
La noche sirvió también para abrir una nueva etapa. Sonaron canciones nuevas, entre ellas “Ondas de expansión”, con las que dejaron claro que este regreso no se limita a mirar hacia atrás. Hay ideas, hay intención y, sobre todo, hay ganas de seguir aportando una voz propia a un ecosistema que parece preparado para recibirlas con el cariño que merecen. El regreso de The Homens fue la constatación de que algunas historias, cuando regresan, lo hacen con una luz nueva y propia. Y que, a veces, basta un puñado de canciones para volver a sentir que todo vuelve a ser posible.

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