Sobrezero dio el pistoletazo de salida a su gira -que se prolongará por el resto de España el año próximo- llenando hasta los topes la renovada sala del barrio de Embajadores. Fue toda una demostración de una fórmula propia que combina rock callejero, pop e indie de los dos mil.
La abundancia de prendas naranjas que llevó su público, y su entrega absoluta hacia todo lo que sucedía en el escenario -la mascota del grupo es un simpático peluche naranja que sufre de amor-, demostró que los madrileños ya se han ganado una parroquia muy variada que responde a su energía con el entusiasmo requerido.
El espíritu festivo de la banda se evidencia con su selección de música para empezar y terminar, de Concha Velasco a Las Ketchup. Ellos mismos rindieron tributo a Raphael con una versión hipervitaminada hacia el final del bolo. Toda una declaración de intenciones.
Y se dejaron todo, incluyendo la camisa del vocalista, en una exhibición de entusiasmo y vitalidad juvenil. Josué de Dios -que toca la acústica en las canciones más tiernas- es un frontman a la antigua usanza, con un estilo vocal tan sobrio como potente. El cantante se puso serio puntualmente para reivindicar la música como factor de unión en tiempos de división. Le arropan cinco músicos sobrados, de los que destaca la pericia y pegada de su jovencísimo batería Rubén.
En cuanto al repertorio, Sobrezero proponen un híbrido de estilos que cristaliza en canciones entre el indie pop y el rock energético. A veces se dejan ir en progresiones instrumentales más complejas, y cada músico tiene su momento de gloria. La banda dejó para el final dos de los momentos más esperados por sus seguidores: “Hasta que el mundo estalle”, canción que da título a su debut, y el single “Nena, no estás”, donde casan a Weezer con El Canto del Loco.
Como guinda emplazaron a los asistentes a comprar entradas “en una sala más grande”: tiene toda la pinta de que esto solo acaba de empezar.

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