La última vez que pude disfrutar de González en directo lo hice mientras acariciaba, pegado a una espalda perfecta, un vientre perfecto. Eso influyó, claro, en la forma de entender las letras de uno de los mejores trobadores rockeros que ha dado el castellano como forma de expresión. Anoche disfruté de un concierto impecable, sentado en mi palco, cerveza en mano y con una acústica inmejorable, pero las canciones cambiaron. Porque cuando González canta sobre kamikazes enamorados es mejor estar pegado a una espalda perfecta y acariciando un vientre perfecto que no estar acariciando un vaso de cerveza de plástico por muy buena acústica que haya. El elegante señor que es el protagonista de estas líneas arrancó dedicando el primer tema a Lapido, otro de los grandes, y mientras canción a canción salía el resto de la banda, sonaron bajo el neón de bar que luce en sus conciertos, una ristra de joyitas entre las que me quedo con “Palomas en la Quinta” Sonaron frases como “necesito un amor que no cueste trabajo para seguir de pie” durante el resto de un set que contenía preciosidades como “Cuando estés en vena”, “Bajo la lluvia”, o “Kamikazes”. Canciones de esas que sin un vientre perfecto a mano duelen, pero siguen enamorando. Canciones como “Vidas Cruzadas”, capaces de poner patas arriba a un, en teoría, comedido público de fila de butacas. “Salitre” acabó de machacar mis defensas gracias a la ayuda de ese entregado público y su sentido karaoke, todo mientras el señor del escenario y su genial banda disfrutaban, agradecían y hacían que los que estábamos ya acariciando un vaso de plástico vacío y nada más, hiciéramos tremendos esfuerzos para no romper aguas y parir uno de esos patéticos y trasnochados mensajes de texto que luego pesan. Manda cojones que algo tan bonito como lo de anoche se atragante de esta manera. Pero deja más que clara la capacidad de emocionar de este tipo con pico de oro.
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