Tal y cómo indicaba durante el concierto el propio Quique González, el de ayer en la sala 2 del Razzmatazz barcelonés era la cuarta cita de esta gira de presentación de su nuevo disco “Daiquiri Blues”. Y no es que la frase sonara a justificación de nada, pero lo cierto es que al show del cantautor madrileño le faltó tensión, nervio, pulso y algo de rodaje. Y es que Quique González es un artista que se mueve con gracia, arte y facilidad en la balada crepuscular y el medio tiempo evocador, armado con su acústica y un timbre vocal entre profundo y sedoso, masculino y dulce. Una ambivalencia que hace suspirar a las féminas y no desagrada a los machotes cuando se trata de pinchar un disco para disfrutar sentado en un porche contemplando una puesta de sol. Pero el problema de abusar de los tempos lentos anclados en un mismo tono vocal, es que puedes llegar a lastrar hasta el aburrimiento lo que en directo tiene que ser una celebración, un concierto de rock. Quizás es un problema de set-list al ir combinando los lentos y apocados temas de su último trabajo como “Cuando estés en vena” o “Lo voy a derribar por tí” con otros de su extensa discografía como “Avería y Redención”, “Pequeño Rock’n roll”, “Kamikazes enamorados” o “Me agarraste” sin acabar de imprimirles la rabia que un directo necesita. Y francamente no es hasta la recta final del bolo cuando saca su artillería pesada en la forma de “Miss camiseta mojada”, “Vidas ruzadas”, “Hay Partida” o “Su día libre” y “La lluvia debajo del brazo” de su último trabajo, cuando empiezas a sentir esa correa de trasmisión entre público y artista, vital para hacer un buen bolo. El de ayer tuvo más de cumplimiento de expediente que de otra cosa. Una auténtica lástima pues canciones le sobran y actitud también. Además la banda capitaneada por esa especie de Jim Keltner español en el que se ha convertido el infalible Toni Jurado a la batería, da la talla. Así que será una cuestión de tiempo y rodaje.
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